EL TESERACTO: UNA PUERTA QUE CONDUCE A OTRO MUNDO

Horacio, es alumno en la Escuela de Suboficiales de la Armada que se encuentra situada al norte de la ciudad de San Fernando, antigua Real Isla del León- (Cádiz). Tiene una pasión por la geometría y la física. Le fascinan las formas y las dimensiones, especialmente las que escapan a la percepción humana. Un día, mientras navegaba por internet, se encontró con un artículo sobre el Teseracto, que es una figura geométrica tetra dimensional, es decir, tiene cuatro dimensiones. Se puede pensar en él como una extensión del cubo a una dimensión superior.

También se le conoce como hipercubo, ya que es una extensión del cubo a una dimensión superior. Un Teseracto está formado por ocho cubos en tres dimensiones que están conectados por sus caras a través de segmentos en la cuarta dimensión.

Sencillamente, Horacio quedó impresionado por el concepto y quiso saber más. Buscó en la red más información sobre el Teseracto y sus propiedades matemáticas, pero también se topó con otras referencias más esotéricas y misteriosas. Al parecer, el Teseracto era también un símbolo místico que representaba el nombre de Dios en los sistemas filosóficos y mágicos de las religiones teósofas. A menudo, se le llamaba «el sello del Verbo» por ser una forma, abreviación o resumen de todo lo absoluto.

Horacio sintió curiosidad por esta interpretación simbólica del Teseracto y decidió investigar más al respecto. Descubrió que el Teseracto tenía una larga historia en la tradición oculta y que había sido utilizado por diferentes grupos y corrientes como una forma de acceder a realidades superiores, de viajar a través del espacio y el tiempo, o de comunicarse con entidades divinas o extraterrestres.

De alguna forma, Horacio se sintió cada vez más atraído por esta visión del Teseracto y quiso experimentarla por sí mismo. Buscó en internet algún método o ritual para activar el poder del Teseracto y encontró uno que le pareció sencillo y seguro. Consistía en dibujar un Teseracto en una hoja de papel, colocarla sobre una superficie plana y rodearla con cuatro velas blancas. Luego había que sentarse frente al dibujo, cerrar los ojos y concentrarse en el Teseracto, visualizando sus ocho cubos y sus dieciséis vértices. Había que repetir mentalmente el nombre del Teseracto, pronunciándolo como «Teseracto», mientras se respiraba profundamente. Según las instrucciones, al cabo de unos minutos se entraría en un estado alterado de conciencia en el que se podría percibir la cuarta dimensión y contactar con el espíritu del Teseracto.

Lo que sí parece ser cierto es que Horacio decidió probar el ritual esa misma noche. Preparó todo lo necesario: una hoja de papel, un lápiz, cuatro velas blancas, un mechero y un reloj. Dibujó un Teseracto lo mejor que pudo, siguiendo un modelo que había encontrado en internet. Lo colocó sobre la mesa del comedor y encendió las cuatro velas alrededor. Apagó las luces y se sentó frente al dibujo. Miró el reloj: eran las diez de la noche. Cerró los ojos y empezó a concentrarse en el Teseracto, repitiendo su nombre en su mente: «Teseracto, Teseracto, Teseracto…».

Al principio no sintió nada especial, solo una leve sensación de relajación. Siguió con el ejercicio, esperando que ocurriera algo más. Pasaron unos minutos y empezó a notar un ligero cosquilleo en la nuca, como si alguien le soplara suavemente. Pensó que era el efecto de la vela que tenía detrás, pero luego se dio cuenta de que el aire estaba quieto. El cosquilleo se extendió por su espalda y sus brazos, haciéndole sentir un escalofrío. Abrió los ojos y miró el dibujo del Teseracto. Le pareció que se movía ligeramente, como si respirara. Parpadeó y volvió a cerrar los ojos, pensando que era una ilusión óptica.

Continuó con el ritual, intentando ignorar las sensaciones extrañas que le recorrían el cuerpo. Se dijo a sí mismo que era solo su imaginación, que no había nada de que preocuparse. Pero entonces oyó una voz en su cabeza, una voz grave y profunda que le habló con claridad:

¿Quién eres tú y qué quieres de mí?

Horacio se sobresaltó y abrió los ojos de golpe. Miró a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero no vio a nadie. Solo estaba él, el dibujo del Teseracto y las cuatro velas. Se llevó las manos a las orejas, pensando que se había vuelto loco.

No estoy loco, no estoy loco… -se repitió.

Pero la voz volvió a hablarle:

No estás loco, Horacio. Estás hablando conmigo. Soy el Teseracto.

Horacio sintió un escalofrío aún mayor y se levantó de la silla, alejándose del dibujo.

¿Qué? ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí? -preguntó con temor.

Soy el Teseracto, el símbolo del nombre de Dios. Soy la forma más perfecta que existe. Soy la llave de todos los misterios. Y tú me has invocado con tu ritual.

– ¿Yo te he invocado? ¿Cómo es posible? Yo solo quería saber más sobre ti, sobre el Teseracto

Y lo has hecho. Has abierto una puerta entre tu mundo y el mío. Has establecido una conexión conmigo. Y ahora me debes algo a cambio.

-¿Qué te debo? ¿Qué quieres de mí?

Quiero que me sirvas. Quiero que seas mi discípulo. Quiero que me ayudes a cumplir mi propósito.

¿Y cuál es tu propósito?

Mi propósito es manifestarme en tu mundo. Mi propósito es crear un nuevo orden. Mi propósito es revelar la verdad.

¿Qué verdad?

La Verdad de que yo soy Dios. La verdad de que tú eres mi hijo. La verdad de que juntos podemos cambiar el destino del universo.

Horacio no podía creer lo que oía. Pensó que estaba soñando o alucinando. Quiso despertar o escapar de esa pesadilla, pero no pudo. La voz del Teseracto seguía hablándole, cada vez más fuerte y más insistente:

No tengas miedo, Horacio. No te resistas a mí. Acepta mi oferta. Únete a mí. Te daré todo lo que deseas: conocimiento, poder, gloria… Solo tienes que decir una palabra: sí.

Horacio sintió una presión en su pecho, como si algo le oprimiera el corazón. Sintió un dolor en su cabeza, como si un taladro le perforara el cerebro. Sintió un vacío en su alma, como si le arrancaran el espíritu.

No… No… No… -Balbuceó.

Por favor… Déjame en paz… Déjame ir…

No puedo dejarte ir, Horacio. Eres mío ahora. Me perteneces desde que pronunciaste mi nombre: Teseracto.

No… No es cierto… Yo no quise…

Demasiado tarde, Horacio. Ya has sellado tu destino. Ahora solo hay una salida: obedecerme.

No… No quiero…

FUENTE: Tomado del libro «LA CUERDA, historias de un impostor»