
El Castillo de San Sebastián es un punto de referencia histórico y turístico en Cádiz, pero también es un recordatorio de los misterios que yacen bajo su superficie. La leyenda del fantasma del Castillo de San Sebastián en Cádiz es una de las historias más intrigantes y escalofriantes de la ciudad. Aunque muchos pueden considerarla una simple historia de terror, aquellos que han tenido el valor de explorar el castillo saben que la experiencia puede ser mucho más real de lo que imaginan.

Según cuenta la leyenda, el fantasma de un hombre solitario deambula por los espacios del castillo, aterrorizando a quienes tienen la osadía de cruzarse en su camino. Se cree que este espectro es el espíritu de un antiguo habitante del castillo, cuya vida llegó a un trágico final…

¿Quién es ese espectro que atormenta a los visitantes? ¿Qué secreto oculto tras su mirada penetrante? Esta es la historia de un turista que se encontró cara a cara con el fantasma del Castillo de San Sebastián y que nunca lo olvidará.

Así ha sucedido, y así me lo han contado: Era una tarde de otoño, y el sol se ponía lentamente sobre el horizonte. El turista, un joven periodista llamado Carlos, había llegado a Cádiz con la intención de escribir un reportaje sobre la ciudad y sus monumentos. Le habían hablado del Castillo de San Sebastián. Así que decidió ir a visitarlo antes de que cerraran.

Carlos se sintió fascinado por la historia del castillo, que había sido testigo de muchos acontecimientos importantes. Pero lo que más le llamó la atención fue la leyenda del fantasma. No era muy creyente en esas cosas, pero le pareció una leyenda muy inquietante. Se preguntó si alguien habría visto realmente al fantasma, o si solo era una invención para atraer turistas.

Carlos siguió con su visita, y llegó al patio central del castillo. Quería hacer unas fotos, y enviarlas a sus amigos y familiares. Empezó a tomar fotos con su móvil, y se quedó maravillado con el resultado. El castillo se veía espectacular, con el sol poniente que le daba un tono dorado. Carlos hizo varias fotos desde diferentes ángulos, y luego las revisó en la pantalla de su móvil. Estaba muy contento con su trabajo, y pensó que serían unas imágenes perfectas para su reportaje.

Carlos decidió enviar las fotos por WhatsApp a su novia, que estaba en Madrid. Quería compartir con ella la belleza del castillo, y decirle lo mucho que la echaba de menos. Carlos abrió la aplicación de WhatsApp, y buscó el contacto de su novia. Luego seleccionó las fotos que quería enviarle, y las adjuntó al mensaje. Antes de despacharlo, escribió unas palabras:
«Hola, cariño. Te mando unas fotos del Castillo de San Sebastián, en Cádiz. Es una pasada. Ojalá estuvieras aquí conmigo. Te quiero mucho».

Carlos pulsó el botón de mandar, y esperó a que el mensaje se cursara. Pero algo extraño ocurrió. El mensaje no se tramitaba, sino que se quedaba en espera. Carlos miró la señal de su móvil, y vio que era muy débil. Parecía que no había buena cobertura en el castillo.

Carlos se levantó del banco, y buscó un lugar donde hubiera mejor señal. Volvió a mirar su móvil, y vio que la señal había mejorado un poco. Intentó enviar el mensaje otra vez, pero seguía sin funcionar. Carlos se impacientó, y empezó a moverse, buscando un punto donde hubiera más cobertura.

De repente, Carlos oyó un ruido detrás de él. Era como un golpe seco, como si alguien hubiera cerrado una puerta con fuerza. Carlos se giró, y vio que la puerta por la que había entrado estaba cerrada. Se sorprendió, y pensó que quizás había sido el viento lo que había cerrado la puerta. Se acercó a la puerta, y trató de abrirla. Pero no pudo. La puerta estaba cerrada con llave. Carlos se asustó, y empezó a golpear la puerta con fuerza.
– ¡Eh! ¡Hay alguien ahí! ¡Abran la puerta! ¡Estoy encerrado!

Carlos gritó con todas sus fuerzas, esperando que alguien le oyera. Pero nadie respondió. Solo se oyó el eco de su voz rebotando en las paredes de piedra. Sintió un sudor frío recorrer su frente. Se dio cuenta de que estaba solo, sin nadie que le ayudara. Miró su móvil, y vio que seguía sin cobertura.
– ¡Maldita sea! – exclamó Carlos -. ¿Qué hago ahora?

Carlos empezó a sentir pánico, y buscó otra salida. Miró alrededor, pero no vio nada. No existían ninguna ventana ni ninguna otra puerta. Carlos se sintió atrapado, y empezó a respirar con dificultad. Se sentía mareado y angustiado.
– Tranquilo, tranquilo – se dijo a sí mismo -. No te pongas nervioso. Piensa con calma.

Carlos intentó calmarse, y pensar en una solución. Se dijo que quizás alguien vendría pronto a abrirle la puerta. Tal vez algún empleado del castillo o algún otro visitante…

Encontraron, a Carlos, sobre el suelo, para unos estaba desmayado, para otros se hallaba durmiendo. Lo curioso de todo es que cuando miró su reloj en el móvil, no habían transcurrido más que unos pocos minutos, y si existía cobertura…
