
Su pasión por la historia le viene de familia, ya que es descendiente directo de Alonso de Sotomayor, uno de los valerosos conquistadores que acompañaron a Hernán Cortés durante la conquista de México en el siglo XVI. Alonso de Sotomayor fue uno de los hombres de confianza de Cortés, y se distinguió por su valor y su astucia en las batallas contra los aztecas.

Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: Un día, Rodrigo encuentra en el archivo un documento antiguo que llama su atención. Se trata de un escrito que detalla los eventos de la conquista y hace referencia a una maldición que perseguiría a la estirpe de Alonso de Sotomayor por generaciones. La maldición provenía de la diosa Coatlicue, cuyo nombre resonaba en la mitología azteca como la “Falda de la Serpiente”, diosa de la tierra, la muerte, la fertilidad y la guerra. Según el escrito, Alonso de Sotomayor obtuvo un objeto sagrado de Coatlicue como botín de guerra. Este objeto, una estatuilla que representaba a la diosa con su falda de serpientes, se convirtió en el epicentro de la maldición que recaería sobre la progenie de Alonso.

Rodrigo queda fascinado por el hallazgo, y decide investigar más sobre la conexión entre su linaje y la maldición de Coatlicue. Sus pesquisas lo llevan a consultar otras fuentes históricas, como las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, Francisco López de Gómara y Bernardino de Sahagún, donde descubre que su ancestro desempeñó un papel crucial en la confrontación entre dos mundos. Alonso de Sotomayor fue el responsable de capturar al emperador azteca Moctezuma, y también de rescatar a Cortés cuando este fue sitiado por los indígenas en la llamada Noche Triste. Además, Alonso de Sotomayor fue uno de los pocos que logró sobrevivir a la batalla de Otumba, donde los españoles se enfrentaron a una multitud de guerreros aztecas.

Con el propósito de romper el vínculo con la maldición, Rodrigo se embarca en un viaje a México, siguiendo los pasos de su antecesor. Su odisea lo lleva a lugares emblemáticos de la conquista, desde las arenas de Veracruz hasta las alturas de Tenochtitlán, la antigua capital azteca. A medida que desentraña los secretos del pasado, Rodrigo se encuentra con desafíos sobrenaturales que ponen a prueba su valentía y determinación. En su camino, se cruza con personajes misteriosos que lo ayudan o lo obstaculizan, como una descendiente de Moctezuma, un sacerdote de Coatlicue, un arqueólogo corrupto y un agente de la Interpol.

En la Ciudad de México, Rodrigo se ve cara a cara con los designios de Coatlicue. En un giro inesperado, descubre que la diosa, aunque asociada comúnmente con la muerte y la destrucción, también simboliza la renovación y el ciclo perpetuo de la vida. La resolución de la maldición no yace en la destrucción, sino en la comprensión y la aceptación de la dualidad que Coatlicue representa. Rodrigo se da cuenta de que la maldición es en realidad una oportunidad de reconciliación entre su historia y su identidad, entre su pasado y su presente, entre su cultura y la de los aztecas.

Una noche, Rodrigo tiene un sueño. En el sueño, se encuentra con Coatlicue. Ella es una mujer poderosa, pero también es una mujer llena de ira. Coatlicue le dice a Rodrigo que la maldición es real, y que es una venganza por las atrocidades que su antepasado cometió en México. Ella le dice que la única forma de romper la maldición es que él pida perdón por las acciones de su familiar. Rodrigo está aterrado, pero sabe que debe cumplir con el pedido de Coatlicue. Se arrodilla ante ella y le pide perdón. Cuando se despierta, siente una sensación de paz. La maldición ha sido rota.

Rodrigo regresa a Arcos de la Frontera un hombre nuevo. Ha encontrado la redención, y ahora puede vivir su vida en paz. Ha aprendido a valorar su herencia, y a respetar la de los demás. Ha descubierto que la historia no es solo un relato de hechos, sino también una fuente de inspiración y de sabiduría.