
Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: Era una tarde de septiembre, marcada por las sombras de la Guerra Fría sobre Europa. En medio de la tensión política y el trasfondo de las bases militares estadounidenses en España, un evento trágico se desataba en los cielos, tejiendo un misterio que perduraría décadas.

El 26 de septiembre de 1953, un vuelo de Aviaco partió desde el aeródromo de Bilbao con destino a Madrid. A bordo, treinta y dos almas se alzaban en un Bristol 170/171 Freighter Mk21, cada una con su propia historia y destino. Entre ellos, el espía diplomático estadounidense Paul J. Douglas, cuya presencia agitaba la calma aparente de aquel vuelo.

La batalla contra el cielo fue efímera; en un instante fatídico, el avión se estrelló en las implacables cumbres de la sierra madrileña (Somosierra). El impacto dejó apenas diez supervivientes, entre ellos el exalcalde de Bilbao, José María Oriol y Urquijo, y el misterioso Paul J. Douglas. Esta última figura clave en el entramado de la diplomacia internacional (espionaje), se había cruzado en los cielos de España por razones que aún se ocultaban en las sombras.

Douglas, hombre de rostro impasible y ojos que escondían más de lo que revelaban, había dejado una estela de intrigas y enigmas a lo largo de su carrera. Desde sus días como embajador en Panamá hasta su participación en la Organización de Estados Americanos, su nombre resonaba en los círculos de poder con un aura de misterio (Estuvo en el llamado “Bogotazo” en la capital colombiana).

Entre las sombras que se cernían sobre el destino de aquel vuelo, una pregunta se alzaba con fuerza: ¿qué papel jugaba Paul J. Douglas en aquel enigma? ¿Acaso su presencia estaba relacionada con las bases militares estadounidenses en suelo español, o existían motivos más opacos y profundos que aún no habían salido a la luz? Los documentos clasificados parecen arrojar luz sobre la presencia de Douglas en aquel fatídico vuelo.

Las páginas amarillentas cuentan una historia intrigante y peligrosa. Según los informes, el diplomático estadounidense estaba en posesión de información altamente confidencial que implicaba a altos mandos de la Guerra Fría. Su existencia en el vuelo de Aviaco no fue casualidad, sino parte de una misión encubierta para entregar esos documentos a un contacto en Madrid.

De alguna manera, el accidente aéreo fue, en realidad, un sabotaje cuidadosamente orquestado. Unos desconocidos infiltrados en el aeródromo de Bilbao manipularon sutilmente los motores del Bristol antes de que despegara, saboteando su funcionamiento y garantizando así su desgraciado destino.

Hoy, décadas después de aquel fatídico día, el recuerdo del vuelo de Aviaco sigue flotando en el aire, como un eco lejano de un tiempo marcado por la intriga y la incertidumbre.
