
Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: La Playa de los Alemanes en Cádiz, guarda un secreto oscuro, un secreto que se esconde en las sombras de la noche y que solo los más valientes se atreven a desvelar. Dicen que una mujer, alta y esbelta, siempre vestida de negro, merodea por la arena bajo la luz de la luna. La llaman La Mujer de las Gafas, y su mirada es un abismo que engulle el alma. Sus gafas, dos abismos negros que absorben la luz, reflejan un sinfín de ojos que parecen mirar hacia el interior del alma. Dicen que sus lentes distorsionan la realidad, creando un mosaico infinito de miradas que se abren y cierran en un parpadeo constante, atrapando a quienes se atreven a cruzarlas en un ciclo sin fin de terror.

Se decía que La Mujer de las Gafas buscaba ojos, no de cualquiera, sino de aquellos puros, inocentes, libres de malicia: los ojos de los niños. Aquellos que, guiados por una curiosidad infantil, desobedecían las advertencias y se aventuraban en la playa durante la noche, atraídos por los murmullos del viento o por un reflejo misterioso sobre la arena.

Marina tenía nueve años cuando se mudó a una casa cerca de la Playa de los Alemanes. Era una niña curiosa y valiente, con una imaginación tan desbordante que las historias de miedo que sus nuevos amigos le contaban no lograban asustarla. Sin embargo, había algo en la historia de La Mujer de las Gafas que le resultaba diferente. No era solo un cuento para asustar a los niños, lo sentía en los murmullos nerviosos de los mayores, en la mirada esquiva de su abuela cuando le preguntaba por la playa. Había una verdad detrás de esa historia que Marina no podía ignorar.

Fue en una noche de verano, cuando el calor hacía imposible conciliar el sueño, que Marina decidió que descubriría la verdad por sí misma. Sabía que sus padres nunca la dejarían ir sola a la playa a esas horas, así que esperó hasta que la casa quedó en silencio y, con el corazón latiendo con fuerza, se deslizó fuera de la cama y se dirigió hacia la puerta trasera.

La noche era espesa, la luna se escondía detrás de un velo de nubes, y el viento susurraba historias inquietantes entre las dunas. Marina caminaba con paso decidido, sintiendo que la arena fría se hundía bajo sus pies. La playa se extendía ante ella, oscura y misteriosa, como una boca que se abría para devorarla.

De pronto, la vio. La silueta oscura estaba allí, recortada contra el horizonte, inmóvil como una estatua. Las olas rompían suavemente a sus pies, pero la mujer no parecía estar allí en absoluto. Marina se acercó con cautela, sintiendo que su respiración se volvía más pesada con cada paso.

La Mujer de las Gafas estaba de pie, con la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, como si estuviera observando algo en la arena. Sus gafas, esas lentes gigantescas, brillaban con una luz propia, reflejando la luna en un sinfín de ojos que parecían observar a Marina desde todos los ángulos. Un sonido sordo, como un latido distante, llenó los oídos de la niña, y sintió cómo sus piernas comenzaban a temblar.

—¿Qué haces aquí, pequeña? —La voz de la mujer era suave, casi dulce, pero con una frialdad que calaba hasta los huesos.

Marina no podía responder. Estaba atrapada en el brillo hipnótico de aquellos ojos, o tal vez de la falta de ellos. Sintió que algo dentro de ella empezaba a ceder, como si una mano invisible tirara de su conciencia hacia la oscuridad que habitaba detrás de las gafas.

Nadie sabe exactamente qué ocurrió esa noche en la playa. Los padres de Marina la encontraron al amanecer, de pie, sola en la arena, con los ojos abiertos de par en par, pero vacíos, sin vida. La llevaron a casa, pero algo en ella se había roto. Nunca volvió a hablar, y sus ojos, antes tan vivaces, se convirtieron en dos pozos oscuros, carentes de cualquier luz.

La Playa de los Alemanes sigue allí, intacta, hermosa y aterradora. Bajo la luz del día, es un paraíso de arenas doradas y aguas cristalinas. Pero cuando cae la noche, cuando la luna baña la costa con su luz pálida, la atmósfera cambia. El aire se vuelve más denso, la brisa más fría, y el sonido de las olas se convierte en un susurro inquietante.

Aquellos que conocen la historia prefieren no hablar de ella. No es prudente despertar a los fantasmas del pasado, ni tentar al destino. Porque, aunque la playa parece inofensiva, hay quienes saben que, en algún lugar entre las sombras, La Mujer de las Gafas sigue buscando. Y cuando lo hace, nadie está a salvo. Especialmente los niños, con sus ojos llenos de luz, que aún no saben lo que significa tener miedo a la oscuridad.

La historia de La Mujer de las Gafas termina como comenzó: envuelta en misterio, con más preguntas que respuestas. ¿Qué pasó realmente con Marina? Algunos dirán que perdió su alma esa noche, atrapada por la oscura presencia de La Mujer de las Gafas. Otros, que su mente simplemente no pudo soportar la visión de lo que se esconde en las sombras, y se rompió bajo el peso de un miedo primigenio. Sin embargo, hay quienes creen que Marina todavía puede ver, aunque no como antes. Que ahora mira más allá de lo que los ojos humanos pueden captar, observando un mundo paralelo donde la realidad y la pesadilla se confunden.

Y La Mujer de las Gafas… ¿volverá? Los de Barbate, Conil y Tarifa, aseguran que sí, que mientras existan ojos que robar, ella seguirá buscando.

La historia queda abierta, como un ojo que no se cierra, como un secreto que no se puede desvelar del todo. Al final, lo que permanece no es solo el terror a lo que se esconde en la playa, sino el miedo a lo que no podemos ver, a lo que nos mira desde el otro lado del espejo, esperando el momento justo para mostrarse.
