
Lo que parece imposible es cierto. Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: Miguel Torres era un hombre común de unos cuarenta años, que llevaba una vida tranquila en la provincia de Cádiz. Trabajaba en una bodega familiar en un pueblo costero, donde las relaciones eran cercanas y el aroma a sal y vino llenaba el aire. Soltero desde hacía tiempo, disfrutaba de largas caminatas por la playa al atardecer, contemplando el sol desaparecer tras el horizonte.

A pesar de la monotonía de su rutina, Miguel no era infeliz. La calma de su entorno y la sencillez de sus relaciones le resultaban satisfactorias. Sin embargo, últimamente, su paz se había visto perturbada. Las noches, que antes eran serenas, comenzaron a volverse inquietantes.

En Chiclana, los días transcurrían con la tranquilidad del campo andaluz, pero las noches traían rumores extraños. Algunos vecinos hablaban de luces que cruzaban el cielo sin sonido, y animales del ganado aparecían desollados sin explicación. Al principio, Miguel ignoró estos rumores, pero cuando una de esas luces pasó cerca de su casa una noche, su perro Chispa empezó a gruñir, captando una inquietud que él no podía ignorar.

Durante una de sus caminatas nocturnas, Miguel encontró una hilera de peces muertos en la orilla, abiertos de manera quirúrgica y sin rastros de depredadores. La atmósfera del pueblo se volvió tensa; muchos comenzaron a encerrar a sus animales y evitar salir tras el anochecer, como si una sombra invisible se cerniera sobre Chiclana.

Una noche, mientras caminaba, sintió un susurro en el viento, distinto al de las olas. Al girar una esquina, se encontró con una figura femenina, alta y esbelta, envuelta en una neblina iridiscente. Sus ojos, negros y profundos, lo miraban con intensidad perturbadora. Miguel no pudo moverse; una fuerza desconocida lo mantenía en su lugar. La figura se comunicó con él sin palabras, llenando su mente de imágenes y sensaciones. Sin poder resistirse, lo llevó a un lugar apartado de la playa, donde desapareció repentinamente, dejándolo desorientado.

Miguel se encontró en una nave espacial, rodeado de luces parpadeantes y maquinaria que zumbaba. Intentó gritar, pero su voz quedó atrapada. De repente, sintió una llamada desde las profundidades de la nave, una energía que manipulaba sus pensamientos y lo impulsaba a avanzar. Los pasillos se alargaban y retorcían, creando una atmósfera de claustrofobia.

Finalmente, llegó a una sala circular donde lo esperaban tres figuras femeninas, similares a la primera. Sin necesidad de palabras, le comunicaron que su especie buscaba una esencia vital que solo los humanos podían proporcionar durante un ritual de apareamiento. Miguel no era el primero ni sería el último.

El terror se transformó en instinto de supervivencia. Intentó escapar, pero las paredes de la nave parecían retenerlo. A medida que la sala se iluminaba, las alienígenas lo preparaban para un ritual indescriptible. Su piel ardía y su mente se fracturaba bajo la presión de sensaciones ajenas.

Un fallo en la nave, posiblemente causado por su resistencia, le brindó una oportunidad. Aprovechando ese momento, corrió por los pasillos, escapando de las criaturas hasta llegar a una compuerta que lo lanzó al vacío.

Al despertar, Miguel estaba de vuelta en la playa. El pueblo dormía como si nada hubiera pasado, pero él sabía que su vida había cambiado. Su cuerpo presentaba marcas inexplicables y su mente estaba atormentada por los recuerdos del ritual. Nadie en Chiclana le creería, pero sabía que las luces regresarían. Esta vez, no sería el único en verlas. La verdad es más extraña que la ficción.

