«Trigo Tronzado»: la memoria como trinchera

 

Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: En 1992, José Casado Montado se sentó a escribir «Trigo Tronzado», un relato crudo sobre los momentos más oscuros que vivió San Fernando después del golpe militar del 18 de julio de 1936.

Con un estilo directo y cargado de emoción, él cuenta cómo su ciudad natal sufrió una represión brutal a manos de falangistas, militares rebeldes y clérigos aliados. Esto no es un trabajo académico, sino más bien una crónica sentida de alguien que vivió todo eso desde su adolescencia. Su intención es recuperar del olvido a las víctimas, darles un nombre, un rostro y un contexto; y, sobre todo, romper el silencio que ha durado décadas, lleno de miedo y manipulaciones.

Casado nos muestra cómo la ciudad, que antes despertaba llena de esperanza durante la República con escuelas laicas, sindicatos en acción y jóvenes trabajadores empezando a hablar sobre sus derechos y cultura, se vio desmantelada de la noche a la mañana. Con el golpe, empezaron los fusilamientos sin juicio, las purgas con aceite de ricino, los rapados de cabeza y las humillaciones públicas. Gente honesta, tanto hombres como mujeres, se convirtió en blanco solo por pensar diferente o por tener un familiar republicano.

La historia gira en torno a las “sacas”, que era el término que se usaba para referirse a las extracciones nocturnas de prisioneros para fusilarlos. Uno de los episodios más impactantes fue el asesinato de los tres hijos del alcalde Cayetano Roldán. Uno de ellos apenas tenía 16 años. Murieron abrazados. Su padre, que estaba detenido, no lo supo hasta más tarde. Y por desgracia, le esperaba el mismo destino.

Casado menciona nombres, apellidos y profesiones; también señala lugares. Habla de los verdugos con la misma claridad con la que habla de las víctimas. Algunos de esos ejecutores eran vecinos conocidos, exaltados que empuñaban correajes y pistolas, convertidos en jueces y asesinos de la noche a la mañana. Bajo el abrigo de las sotanas, muchos actuaban de manera que, en vez de ofrecer consuelo, lo único que hacían era condenar.

Una parte del libro se enfoca en la hipocresía de los que hablaban del amor cristiano, pero al mismo tiempo bendecían el exterminio. Se celebraban misas al amanecer, mientras los cuerpos todavía sangraban en las cunetas. La iglesia del pueblo llegó a cambiar el cartel del cementerio por uno que decía “católico”, como si eso pudiera purificar la tierra empapada de muerte.

Los fusilamientos que se narran son tantos como absolutamente injustificables. Padres de familia, soldados leales, maestros, médicos, obreros, todos cayeron por sostener sus creencias, por defender la legalidad de la república o incluso por rumores infundados. En muchas ocasiones, sus cuerpos fueron enterrados en fosas comunes, dejando a sus familias sin saber dónde estaban.

El autor no busca venganza, sino que quiere que se recuerde lo que sucedió. Y lo dice sin rodeos: “El que se pique, es porque comió muchos ajos y aún apesta”. Exige una justicia histórica para aquellos que fueron olvidados y apunta directamente a los responsables, muchos de los cuales nunca enfrentaron la justicia.

«Trigo Tronzado» no es un libro fácil. Y no lo pretende. Es una llamada a no repetir las atrocidades del pasado, para que los nombres que han caído en el olvido encuentren finalmente un lugar respetable en la Historia.