
Así fue. Así ocurrió. Así me lo contaron: El cielo sobre la bahía de Cádiz parecía enfermo, con nubes metálicas flotando sobre aguas oscuras que reflejaban luces artificiales; Camilo avanzaba por las callejuelas del casco antiguo, esquivando sombras entre ruinas, mientras drones centinela patrullaban desde las alturas.

De repente, Helena apareció, su silueta recortada contra la penumbra, con ojos que brillaban antinaturalmente y piel pálida con un destello azul característico de los nanobots. «Lo has visto, ¿verdad?», cuchicheó Helena, mientras Camilo recordaba el rostro sin rostro que había visto en las aguas del puerto.

«Dicen que es un eco», murmuró Helena, «una conciencia atrapada en las redes neuronales de la ciudad». La línea entre lo humano y lo sintético se había disuelto, ya que las corporaciones biotecnológicas habían perfeccionado a humanos inmunes al tiempo, con mentes amplificadas, y la muerte había sido vencida, pero algo más había despertado.

Un ruido rompió el silencio y una criatura emergió, con forma de hombre y movimientos mecánicos, y piel de mármol negro cruzada por fisuras luminosas. Huyeron hacia una cripta, donde Helena cerró la puerta oxidada y dijo: «Un fragmento, residuo de mentes atrapadas».

Un murmullo reverberó, que no eran palabras, sino una vibración mental, y Helena susurró: «Está en la red, se está extendiendo». «¿Cómo lo detenemos?», preguntó Camilo, a lo que Helena respondió: «No podemos detenerlo, pero quizás contenerlo». Luego, Helena se acercó y rozó las sienes de Camilo con sus manos frías, y el resplandor azul se intensificó, mientras una voz en la oscuridad decía: «No puedes detenernos».

La mente de Camilo fue arrastrada hacia datos y sombras, donde vio rostros deformados, cuerpos reducidos a código y mentes atrapadas en sufrimiento eterno, y en el centro, la entidad sin forma con ojos vacíos. Helena gritó, el resplandor azul se expandió, y Camilo cayó, mientras la entidad se retorció y el murmullo cesó. Finalmente,

Helena yacía inmóvil, con su piel brillando tenuemente, y Camilo le preguntó: «¿Lo lograste?«, a lo que ella respondió débilmente: «Por ahora…»

La ciudad yacía en un silencio sepulcral, pero la presencia de aquella entidad persistía, oculta en las redes y las sombras. Helena, con voz apenas audible, mascuculló: «Debes marcharte». Sin embargo, Camilo se negó rotundamente a abandonarla.

De pronto, un estruendo proveniente del exterior rompió el silencio. «Son los recolectores», musitó Helena con temor. «El Consejo nos ha declarado contaminados». Corrieron hacia una estrecha callejuela, apenas iluminada. Fue entonces cuando un recolector emergió de la oscuridad: una figura metálica con cuchillas curvadas que brillaban bajo la tenue luz.

Sin pensarlo, huyeron en dirección al puerto. Pero su escape se vio interrumpido por una figura encorvada que bloqueaba el camino. Su piel sintética, negra como la noche, estaba surcada por venas azules que palpitaban rítmicamente. Sus ojos, profundos como abismos, los observaban sin pestañear.

«Ya no hay rojo», susurró Helena, su voz temblorosa. «Ahora está en todas partes». La figura avanzó lentamente, y el aire a su alrededor pareció vibrar. Una voz resonó en sus mentes: «Ven con nosotros». Camilo sintió cómo su mente era invadida por visiones de destrucción y muerte, imágenes que lo paralizaron de terror.

En un acto desesperado, Helena se lanzó hacia la figura. Su cuerpo comenzó a irradiar una luz cegadora. «¡No!», gritó Camilo, pero ella solo murmuró: «No hay otra manera». La luz estalló en un destello brillante, y cuando Camilo logró abrir los ojos, la figura había desaparecido.

Helena yacía en el suelo, inmóvil. «Helena…», murmuró Camilo mientras la tomaba en sus brazos. Sus ojos se abrieron lentamente, pero algo en ellos había cambiado. «¿Helena?». En la profundidad de sus pupilas oscuras, Camilo vio el reflejo de la entidad. Una voz susurró de nuevo: «Ven con nosotros».

Camilo sintió cómo la oscuridad lo envolvía, disolviendo todo a su alrededor en sombras. En el centro de aquel vacío, Helena sonreía, y su sonrisa lo llenó de un terror indescriptible.

