¡Un libro admirable! ¡Trescientas páginas! ¡Y todo verdadero, comprobado!…
El hombre prosiguió gravemente:
—Por lo demás, no fui yo quien lo escribí. Todo él me fue dictado por ese espíritu, línea a línea. ¿Y sabe cuánto tiempo gasté en componerlo? ¡Siete años!… Es verdad… ¡Trescientas páginas en siete años! ¿Y por qué? Porque mi comunicación con los espíritus era irregular y rara. Transcurrieron semanas, largos meses, en que había en torno de mí como una soledad y un silencio de desierto. Después, un día, a veces, en los momentos más incómodos, sentía bruscamente el impulso de coger algo para escribir…
Siempre llevaba conmigo una libreta y bolígrafo. El bolígrafo corría sobre el papel, desordenadamente, en garabatos informes, sin que yo tuviese conciencia de lo que escribía o más bien de lo que el espíritu escribía por mi pobre mano. Era siempre una frase, a veces un período. Estos fragmentos juntos uno a otro, como pedazos de mosaico, formaron al final de siete años un libro. Solo lo leí después de impreso. Y era perfecto…
Y el hombre prosiguió siempre inmóvil, como un ídolo, contemplándome serenamente a quien le pregunto:
— ¿Vive usted en Jerez de la Frontera?
— —En ocasiones. Otras veces en Constantinopla. En la India, también. En Rusia, en ciertos meses… Vago por el mundo…
— ¡Siempre en camino! ¡Ahora aquí, ahora allá!
Yo recordé, riendo:
—Exactamente como Apolonio de Tiana.
El hombre volvió hacia mí con severidad los Ojos vacíos y pálidos:
—Es bueno nunca pronunciar en vano el nombre de Apolonio de Tiana.
Secamente, caminó hacia la puerta…
Descendió con lentitud la escalera ya oscura.
Cuando llegamos al portal donde moría la última claridad del crepúsculo en la calurosa tarde jerezana, el hombre extraño se detuvo midiendo la calle con un leve balanceo del cuerpo — como el de una cigüeña que vacila antes de soltar el vuelo. Y súbitamente desapareció.
Yo pienso que el hombre, que era una sombra, simplemente se fundió en la sombra.