En el “Rincón del Arte”, no se dice, ni se pregona de qué arte, no hace falta, traspasando el dintel de la puerta todo es arte. Aquí en la calle Barja, entré un medio día de julio. Había ido al tradicional barrio San Miguel, buscando el número 14 de la calle San Justo, estaba documentando un horroroso parricidio acaecido en esa casa del Nº 14, allá por el mil ochocientos, que es como decir ayer,
Me cruzo en la calle con una rubia desteñida de ojos tristes y con una mueca de infelicidad cincelada en la boca. Las sonrisas más bonitas poseen una pizca de melancolía. Cuando era joven, hará un par de milenios, creía saber lo que hacía. No se debe volver al lugar donde se fue feliz, porque es la manera de comenzar a perderlo. Hay cosas que no pueden explicarse.
Hay cosas que te estallan dentro, y comprendes que estaban escritas en tu destino. Igual que existen diferentes colores de ojos, existen diferentes formas de ver el mundo. Soy un coleccionista de instantes y mi memoria emocional empieza a estar llena.
Me hice antropólogo para estar mirando a los hombres y mujeres de otro modo. Mi falta de hogar fijo, con raíces, se ve compensada en bares como este de la calle Barja que me recuerda la vida. Los lugares son siempre los mismos, idénticos a las personas en donde lo importante es la actitud tomada ante ellos.
En la barra del tabanco Rincón del Arte, me atiende Rocío, una mujer del barrio San Miguel, con ese buen estar natural en toda señora jerezana que se precia de tal, más el multicolor gracejo propio en el habla que emborracha a la manera del vino fino de su casa. Detrás, a mis espaldas, escucho a alguien decir que él se había escapado del Vesubio, gracias a la ayuda oportuna de un amigo y su barca, esto en una vida anterior.
En el Rincón del Arte de la calle Barja, mis ojos rebotan de pared a pared, desparramándose en sus mil detalles, mientras doy certero fin a unos pimientos fritos. En un salón continuo alguien canta flamenco. Rocío me apunta por el oído derecho que aquí lo guapo son los mano a mano, mientras el pintor expresionista Enrique Montes, dice por lo bajini, y en el izquierdo, que cuando Dios hizo la luz, él ya debía cinco recibos.
En Jerez con los vinos hay que tener cuidado a no ser que quieras despertar al otro día con una jaula de cacatúas dentro de la cabeza. Es curioso que la bebida y el tabaco nunca bajen los precios. Háganme caso, no beban en Jerez ––después de haber bebido ––.
Vivir en Jerez de la Frontera, merece la pena aunque sea solo por morbosa curiosidad. Tanto en el barrio San Miguel, como en el tabanco Rincón del Arte, lo sublime es su gente.
La próxima parada: una copa de vino. Nadie vive para siempre. La vida en la calle Barja, no promete nada. Una persona vale, lo que vale su palabra.
Un buen y flamenquisimo articulo , corroboro todo lo que en el esta escrito
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