“Era la caída de la tarde 5 de Mayo último, hora y momento señaladísimo en la ordinaria vida del hombre, hora que el menos observador distingue, por extraño movimiento, que por demás se marca dentro y fuera del poblado. Obreros que salen presurosos de sus fábricas, talleres o bodegas, gentes que regresan a sus hogares, familias enteras que esperan con animación, no exentan de inquietud, a aquellos que son su amparo y su sostén, su esperanza y su vida de consumo. Allá fuera, en el campo, es el momento en que el sol cae lenta y solemnemente como una hostia consagrada tras la lejana cordillera, esmaltado con sus pálidos y últimos reflejos, de purpurinos toques, los vaporosos vellones de las nubes; mientras éstas van poco a poco y visiblemente sombreándose por su base, cual si dibujadas fuesen por ágil y oscuro y misterioso difumino.
Suenan por un lado las esquilas del ganado, ascienden por otro, a lo largo del surcado y ondulante arrecife, penosas y chirriantes las carretas, mientras que a la derecha e izquierda del camino, en los viñedos, se destacan, como blanquísimas palomas tantos y tantos caseríos, vese entrar de las caballerías en pos de recogida el campesino. Es, en una palabra, la hora en que la naturaleza y el hombre se disponen al descanso.
En una casa y calle del más populoso y quizás del más antiguo de los barrios de Jerez en el núm. 14 de la calle de San Justo. Distinguiase de entre las vecinas todas, por su moverse inquieto y acucioso, preparando la cena, Lucía Gil y Gil, anciana viuda, madre del procesado Joaquin Guerrero Gil, que, según ella, de un momento a otro había de regresar del campo.
Éste a su vez, terminada en lejanas tierras su tarea, veniase al pueblo con su compañero de faena Diego González, cuando hubieron de encontrarse con unos amigos carreros en el camino. Pídeles Joaquín que los convide, y pasado lo más peligroso del trayecto (pues no antes lo autorizaba la costumbre); beben un trago, y después en el sitio La Alcubilla, repiten a placer sus libaciones.
Las siete dadas eran cuando el Joaquín Guerrero se separaba del González, en lo alto del Campillo, encaminándose a su domicilio.
La última campanada del Ave María, invitando a los fieles a la oración, dejábase oír allá, en la parda aguja de San Miguel, destacándose cenicienta y soñadora, sobre la negruzca y truncada mole de su nave vetusta y corroída. El primer lucero de la tarde brillaba titilante en las alturas; y de los labios de todos parecían brotar y modularse, aquellas divinas palabras de la salutación angélica: <<Bendita tu eres, entre todas la mujeres>>
Llega Joaquín Guerrero Gil a su casa no gozoso como el que en busca va de plácido descanso en las intimidades dulces del hogar, sino torvo, cabizbajo, descontento.
Encuentra a su madre, de la puerta en el dintel, y nada le dice; halla más adentro sobre la mesa, dispuesta y aderezada la cena y a comer no se acerca. Pide, por el contrario, con violento tono a su madre unos calzones, porque los puestos rotos los traía; y a las sentidas advertencias de aquella, que no podía acostumbrarse, no; a ser tratada de esa suerte, contesta el Joaquín con soeces e injuriosas frases, que justamente indignan a la madre, hasta el punto de dirigirse a él y darle un cachete. Al rehuir el Joaquín el golpe, cae de la silla en que quitándose las botas sentado estaba, y allí, en el suelo mismo, la Lucía le golpea. Acuden a la reyerta unas vecinas Isidora Cárdenas y Dolores Fuentes que lograron separarlos; mas el Joaquín, libre ya de las amenazas de la madre, sale de la habitación al patio, y parapetándose tras el quicio de la puerta, aguarda, sin duda ocasión de reanudar con notoria ventaja ya, la lucha y la pelea.
Acude a él entonces Dolores Fuentes, pero como viese brillar en sus manos un arma blanca, huye despavorida, en cuyo instante se presenta ante el Joaquín. Isidora Cárdenas. <<Quítate,>> dice a ésta con amenazador e iracundo gesto, y al apartarse asustada; deja al descubierto a Lucía Gil que la seguía: en cuyo instante, de improviso, sin que esta desgraciada apercibirse pudiera de ataque, el despiadado hijo lanza una terrible cuchillada al vientre a su anciana madre; y como ella exclamase angustiada <<me has matado,>> y dijese la Isidora ¿qué has hecho? Una vez más el Joaquín se arroja sobre la autora de sus días, hiérela en la cabeza y la derriba al suelo.
Huyendo a la calle, por último, descalzo, como estaba, a buscar refugio en la próxima casa de su hermana, donde poco después fue detenido.
El resultado fue, que aquella buena y santa mujer, la misma que han pretendido pintarnos los testigos adusta, dura de carácter, varonil y entera; falleció en el Hospital de Santa Isabel pocas horas más tarde, en la madrugada del 7 siguiente: después de haber declarado, no sin dolorosos esfuerzos y grandísimo quebranto ante el Juez Instructor, en términos que no pueden leerse, sin que el corazón deje de sentirse hondamente conmovido. Madre al fin, murió como muere una madre: ¡perdonando y bendiciendo al hijo de sus entrañas!
<<Que no quiere, decía, que a su repetido hijo Joaquín se le castigue, pues es muy bueno para ella… Y repite, que no quiere se castigue a su hijo: que cuando mañana esté fresco y se entere el pobrecito de lo que ha hecho, se va a dar un tiro.>>
Esa España nuestra… por un lado colorista y superficial, por otro negra y profunda.
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