La visión femenina del Espíritu Santo es un tema que se ha planteado en teología desde hace muchos años. Tras la encarnación de Dios en Cristo crucificado, Dios aparece como mujer celeste, plenitud de la creación.
A Dios se le ha representado (verbal y pictóricamente) como Padre (varón), pero quizá se le debería presentar, con tanta o más razón como Madre o como Mujer joven o incluso como niño/niña.
La imagen del Espíritu Santo como Mujer que se le apareció a Santa Crescencia de Keufbeuron, cuya devoción ella propagó, fue criticada por el Papa Benedicto XIV. Crescencia quiso adorar al Espíritu Santo como mujer-joven, como signo femenino, frente al dominio de los varones.
Hay una carta Sollicitudini Nostrae de Benedicto XIV, 1 octubre 1745, con ocasión de la difusión de unas imágenes del Espíritu Santo, dentro de los ambientes católicos de Alemania y Suiza. La carta es un tratado sobre las representaciones de la Trinidad, diciendo que el Espíritu no puede ser representado fuera de la Trinidad.
Para Benedicto XIV, el Catecismo Romano, fruto de Trento, es explícito: la divinidad como tal no se puede representar, sin embargo, la representación de Dios según las apariciones de la Escritura es lícita y útil.
Gran parte de las imágenes de la Inmaculada pueden tomarse como imágenes del Espíritu Santo. En el pueblo malagueño de Daimalos (España), en su templo del Santo Cristo de la Salud, tenemos un claro ejemplo en donde la imagen de María-mujer, se contempla bajo la dualidad de María como tal, y a la vez como icono del Espíritu Santo.
Es necesario estudiar y actualizar la revelación de Dios y la función de la mujer en la Iglesia, institución bien conocida por su recalcitrante misoginia.