DICOTOMÍA PUTA–VIRGEN EN LA SOCIEDAD JEREZANA

El hombre de Jerez, se mueve entre dos figuras femeninas igualmente deseables: la mujer modosa, virgen y que da muestras de ser fiable como pareja y madre de sus hijos; y las de fácil acceso pero que se ofrecen a otros hombres. Se le llama a esta dicotomía la de la “virgen/puta”. Algunos jerezanos sueñan (y ciertas jerezanas lo aceptan), con tener una mujer que sea “una señora en la calle y una puta en su cama”.

La prostitución femenina en Jerez, es una consecuencia lógica de una dinámica sexual en la que unos demandan, otros están en situación de ofertar y donde las mujeres tienen la llave. El personaje de la prostituta, para algunos jerezanos de a pie, es fascinante porque se les ha mostrado como pecadora arrepentida, una fantasía que se repite entre los asiduos a los burdeles: redimir a una prostituta, librarla del pecado.

En Jerez de la Frontera, hombres y mujeres experimentan sentimientos encontrados ante el fenómeno de la prostitución. Día sí y día no, es tema de debate en cualquier ámbito, público o privado. Para determinado tipo de hombre jerezano, no siempre es satisfactorio comprobar que ha comprado sexo cuando creía que le regalaban amor y que, a pesar de sus convicciones morales, y religiosas, también participa y es cómplice del mismo juego. En opinión de algunas mujeres jerezanas, es duro aceptar que ellas se han vendido más veces de las que se admite socialmente y que han apostado sus cartas al juego ancestral macho-que-compra/hembra-que vende.

Este fenómeno social de puta-virgen, no es patrimonio de Jerez de la Frontera, se da en muchas latitudes. En la literatura, encontramos la fórmula puta-virgen, por ejemplo Yasunari Kawabata en su novela “La casa de las bellas durmientes”, un burdel muy singular que solo admite ancianos y las mujeres prostitutas son bellas doncellas que se encuentran drogadas y no pueden ser despertadas por los clientes. Ellos duermen a su lado y se llenan de juventud; ellas, en el silencio de su sueño no se oponen a que los ancianos revivan sus encuentros amorosos ya perdidos.

El ejemplo más relevante de virgen-puta la encontramos en Medida (Shakespeare), donde se señala la división entre el convento y el burdel, que son instituciones que han tenido como función el control de las mujeres. Los personajes son, por un lado, la señorita Isabelle, que se encuentra comprometida a la castidad garantizada por su devoción y el encierro en el convento y, por el otro lado, la señora Overdone, la prostituta siempre dispuesta a desplegar sus artes amatorias con todo aquel que pueda pagar.

La dualidad entre virgen-puta (es decir, una mujer que no es cualquiera) lo constata García Márquez en su “Memoria de mis putas tristes” con Delgadina, una prostituta virgen con la que un viejo periodista se encuentra para celebrar sus 90 años y, al estar dormida, le permite conocer otra forma de “hacer el amor”, ahora por la vía de la palabra cuando ya la potencia sexual ha decaído.