Un primero de julio, cuando corría el año del Señor 2015, a la tierna edad de 68 años, levanté, fuera de muralla, campamento y asedio a Jerez, plantando mis reales sobre lo que fue un cementerio llamado Santo Domingo, hoy Plaza del Caballo (esto de vivir encima de un cementerio poca gracia me hace, me da mal fario).
Venia de estar unos años de estudios encaramado en la Sierra gaditana, con residencia en Arcos de la Frontera, en lo más alto de su peña, vivencias que recojo y da título a mi libro “Bajo la Peña”.
Si bien es cierto que las publicaciones de los antropólogos se atiborran con sesudas paridas de ilustrados personajes; las fuentes en secreto, son los taberneros.
Por cosas del “Destino”, que bien me plancha un huevo como me fríe una corbata, dirijo los pasos, en primera correría, a la Plaza del Mercado, que se halla en el corazón mismo del barrio jerezano San Mateo.
Estando en esta plaza, entré de cabeza, como toro saliendo de chiqueros, a la primera y única taberna que vi. El bar en cuestión prometía mucho, su nombre lo auguraba: “Bar Bienestar”, regentado por Manuel (El Rubio), hombre de múltiples conocimientos en donde los haya. Este bar es centro de reunión de gente que va y viene, historiadores, funcionarios del Museo Arqueológico (he tenido la suerte de conocer a su bibliotecario, celadores y personal de mantenimiento).
El Bar Bienestar, es paso obligado para todo aquel que se quiera enterar del auténtico Jerez, conversando en el barrio San Mateo, con esa enciclopedia con zapatos que es “Manué el Rubio”, su tabernero.
A dos pasos del Bar Bienestar, se encuentra un sitio muy peculiar y único en su género: el “Rincón Malillo”.
Cuenta la leyenda que un caballero jerezano, Luis de Montoro en algunas versiones, Álvaro de Mendoza y Virués en otra, con fama de jugador, espadachín y bebedor, tras haber dejado en el suelo a una de sus víctimas de sus duelos, tuvo la osadía de retar al mismo diablo.
En el momento de haber clamado el reto, sintió una fuerte punzada en su brazo derecho, apareciéndole una enorme herida sangrante. Huyó con horror a su vivienda en la calle Justicia, a través de la Plaza del Mercado. Para paliar sus miedos y calmar remordimientos, en su casa y en dirección al Rincón Malillo, mandó poner una cruz de hierro forjado en una hornacina en piedra.
Dicen que desde entonces pasó horas encerrado sin salir, y comenzó a ser conocido por los vecinos como El Enjaulado.
Si usted no tiene nada mejor que hacer, y se le antoja una cita con el Diablo, este le espera en el Rincón Malillo, en Jerez de la Frontera. Mas tenga bien presente: yo no he dicho nada. Tan solo he entrado a tomarme una cerveza, o un fino, al Bar Bienestar, y charlar con “Manué el Rubio”, persona sabia en el barrio San Mateo.