Digámoslo así, solo quien haya sentido el llamado “pellizco de monja”, o padecido en propias carnes el paso por el Reformatorio de las Oblatas en Jerez, sabe de qué hablo.
Obviamente, «Se quebrantó el límite entre el bien y el mal. Las monjas estaban absolutamente convencidas de hacer el bien, lo que pasa es que su bien hizo mucho mal. Estaban convencidas de que tenían que hacerlo de esa manera y la ley se lo permitió. Había monjas malas, como cualquier comunidad”.
De hecho, en España existían al menos siete órdenes religiosas, cada una especializada en un perfil: el Buen pastor —señalado por muchas como de los más benevolentes a pesar de tener los casos más complicados—, las Adoratrices, las Terciarias capuchinas, las Cruzadas Evangélicas, las Trinitarias, las de María Ianua Coeli y las Oblatas, consideradas estas últimas de las más duras.
Por decirlo así, los denominados oficialmente «colegios», eran reformatorios en la práctica centrados entre las mujeres de 16 y 25 años, consideradas «descarriadas». Denunciadas por desconocidos, familiares o de oficio, el Patronato se quedó con la tutela de incontables jóvenes que fueron condenadas sin juicio, y privadas de su libertad.
Sencillamente, las rebeldes, prostitutas, lesbianas, campesinas, violadas, embarazadas… Cualquier chica que se alejase de los cánones del único modelo de mujer que se aceptaba socialmente era susceptible de ser encerrada. Ni siquiera hacía falta que hubiese cometido todavía pecado, incluía a todas las «caídas o en riesgo de caer». Eran cárceles legalizadas, a las que no hacía falta ningún juicio para condenar a todas aquellas que no cumplían en sus vidas con aquello de “niños, cocina e Iglesia”.
El Patronato de Protección de Mujeres, fue una institución que operó en España desde 1902 hasta 1984, siendo brevemente clausurado entre 1935 y 1941. Al Patronato de Protección a la Mujer se llegaba de muchas maneras. Redadas policiales, entregadas por la propia familia o denunciadas por un vecino afín a la ideología. Pero, sobre todo, desempeñaban un papel fundamental las celadoras, funcionarias de entre 28 y 45 años de «moral intachable y espíritu apostólico», cuya tarea era visitar las zonas «calientes del pecado», como podían ser los cines, bailes, bares o piscinas. Cuando veían a una menor en actitud que consideraban que no era adecuada para la moral de la época, llamaban a la Policía.
El hecho de que se llamara ‘de protección’ tiene que ver con el credo patriarcal, católico y conservador, que pensaban que las mujeres, como sujetos débiles, necesitaban protección, pero también reeducación.
Nos deja claro el ejemplo de la menor Teresa Castillo. Capturada ejerciendo la prostitución en Málaga, fue ingresada a instancias del Patronato Provincial de Protección de la Mujer, en el Servicio Doméstico, para formarse como criada. Luego fue entregada a unos familiares que la internaron en el Colegio de Sordomudos. Su conducta la condujo al Reformatorio de las Oblatas de Jerez. Finalmente, por su «rebeldía» se ordenó su traslado a un Correccional Especial de Mujeres, emplazado en Santa María del Puig, del Patronato de Mujeres, para finalmente desaparecer.