“Cada vez que considero / que me tengo que morir / tiro una manta al suelo / y me “j’arto” de dormir”
Cuentan que en el pasaje llamado Alonso de Baena, una noche mala, de tantas que han existido, se ajustaron cuentas navaja en mano, y salió alguien perdiendo.
Del asesino poco se sabe, o más bien nada. De la calle si, quedó esta castigada. Se tapiaron sus entradas y corrió el tiempo, los vecinos olvidaron pronto, mientras las casas colindantes se apropiaron de ella.
Un día alguien, alborotó el gallinero, se llamaba Manuel Pérez Regordán, cronista de Arcos. El Ayuntamiento levantó el castigo a la calle y fue abierta al uso peatonal.
Por las noches, dicen algunos testigos, que hay algo extraño, desde luego, en ella.