«Durante la Tribulación, todas las personas de la Tierra serán obligadas a recibir una marca». «La marca se colocará en la mano derecha o en la frente. Sin ella nadie podrá comprar ni vender, aquellos que se nieguen a aceptarla podrán morir de hambre».
Según se destaca, en el Apocalipsis 13, vemos que la bestia de la tierra —el falso profeta— introducirá esa marca que podrá ser algo con funciones similares al microchips. Estamos enfrente del Nuevo Orden Mundial. No se librará nadie, ni logrará esconderse bajo los cielos gaditanos.
Le dirán que es por su bien, por su seguridad. Desde el punto de vista conceptual, se obtendrán datos sobre su salud, sobre su paradero. La frecuencia con la que trabaja, si está tomando pausas para el baño y cosas por el estilo. Los implantes inalámbricos podrán ser utilizados para mantener vigilada a la población mediante el control de sus movimientos, y podrían ser utilizados como intrusión de la privacidad.
La tecnología de implante no se puede retirar fácilmente o, incluso, ni siquiera apagarse. Cuando un microchips subcutáneo funciona mal, la experiencia puede ser angustiosa. Los riesgos de hackeo y seguridad no se pueden obviar tan fácilmente, son vulnerables a programas maliciosos (malware). Eso si no tenemos en cuenta que los hackers podrán obtener información confidencial de los microchips integrados.
También existen múltiples dilemas éticos que este tipo de avance tecnológico produce, cuanto más sofisticados sean los microchips. Los datos que se pueden obtener de un chip que está enquistado en su cuerpo son muy diferentes a los datos que puedes obtener de un teléfono inteligente.
El microchips incrustado abre puertas al cerebro, a las emociones, y el que controla las emociones de la población domina el mundo. Nos encontramos ante la «Marca de la Bestia». Todo lo demás es ya historia en la provincia de Cádiz.
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