MARUJEOS EN LA TABERNA DEL TITI


La Real Academia aún no ha incluido este vocablo en el diccionario; pero debería hacerlo cuanto antes, ya que se trata de una palabra precisa, rica y de gran porvenir.
Desde luego no equivale a chismorreo o a cotilleo. Estos términos se aplican al intercambio de chismes, es decir de noticias o bulos pregonados para hacer daño a terceras personas. El marujeo es deporte de más amplio espectro. Marujear es platicar sobre intimidades ajenas sin otro fin que pasar el rato. Las marujas (o los marujos) no pretenden molestar ni difamar, aunque a veces lo consigan. No van por ahí propalando calumnias (¡Dios nos libre!) ni bordeando escabrosidades de mal tono. Son compasivos censores de los tropiezos del prójimo, amables conversadores de trivialidades. Sólo eso.
Dice acertadamente Enrique Monasterio que hay infinitas formas de marujear. El marujeo epistolar, ya en declive, dio paso al telefónico, y, en los últimos años, al móvil y al marujeo en la red o marujeo.net. Hay marujeos de playa, de piscina y de caja de hipermercado; marujeo de madrugada, en chándal color fucsia, y de terraza, al caer la tarde, entre burbujas de cubata y crujidos de patatas fritas.


No sé si tiene algún sentido, si es que debiera por sí mismo tenerlo, aunque bien pensado pocas cosas se puede decir que lo tengan, siguiendo la línea que es de esperar en una persona aparentemente sensata, como todo el mundo supone de él.
Domingo Día Bueno deberá asumir el doloroso e inevitable nuevo rumbo de su vida, de igual modo y manera que cambian las serpientes de piel. Esta determinación la toma mientras los abogados le leen las cláusulas de divorcio, con la misma solemnidad, implicación y seriedad que pueda tener masticar un chicle.
La situación resulta desconocida y las palabras que ahí se plantean suenan lejanas No poseen, en absoluto, relación con él, y eso sin apuntar que se va a quedar en la puta calle, prácticamente con una mano atrás y otra delante, desplumado por su mujer y apuntillado por gilipollas.
En fin, las cosas son como son y hechas están, se dice para sí. Además, no piensa  de ningún modo arrastrar permanentemente ese sentido de culpa consigo mismo que sólo consiguen los católicos, por más que él fuese bautizado en esta religión por nacimiento y cultura, aunque en la práctica, pocas son las ocasiones que ha pisado un templo.
Con precisión de relojero suizo que no equivoca ni bielas ni contrapesos, va Domingo Día Bueno analizando sus posibilidades, sin para nada caer en un solitario y masoquista regodeo morboso con condicionamientos onanísticos. Afortunadamente, ha conseguido dejar atrás esos angustiosos primeros instantes en que la tristeza lo aplastó, y aquellos oscuros intentos de quitarse la vida arrojándose al vacío interior de una copa de whisky. Fueron copas cabalgadas tras un afán suicida. Venturosamente su propósito de borrarse o quitarse de en medio se le pasa rápido.


Se murió nuestro amigo Antonio, propietario de un garito playero, aquí en San Fernando, llamado La Taberna del Titi, en la barriada de Camposoto. Una tragedia para todos los que le conocíamos y éramos su clientela pero más para Manuela que le aguantó durante muchos años su cara acartonada y las largas depresiones. Curiosamente, ninguno de nosotros le vio reírse. Y para una vez que se rió, va y se muere, dejando a su mujer con un palmo de narices.
Lo que  más le irrita a Manuela es no saber, según sus palabras, de qué coño se reía su hombre.
A Antonio lo encontraron en el servicio defecando muy a gustito, con una sonrisa de un lado a otro de la cara.  En uno de sus bolsillos llevaba una nota muy manida, con un poema estampado en ella. No era suyo. Según él, otro se le había adelantado en la idea. A nosotros nos lo leía en voz alta, en voz baja, o sin ninguna voz, sin venir nada a cuento.
Manuela es una mujer entrada en carnes o salida de ellas, según se mire y por el lado que se haga el abordaje. A ella de siempre le ha gustado echarse sus escapaditas amorosas con quien se le antojase en ese momento, incluso antes de que su marido Antonio la palmara sentado en el trono, teniendo esta señorona también devaneos esporádicos con alguno de nosotros, y otros de los que no supimos nunca nada.


A Manuela, a ella, Domingo Día Bueno acudió buscando consuelo. No sabemos si lo halló, pero sí que entre sus grandes pechos se quedó como una ballena varada, pataleando durante esos momentos en que arrastraba desazón e infortunios derivados de su matrimonio.
Ella, la Manuela, es mujer nacida en la Línea de la Concepción, allá en los campos de Gibraltar. Fue iniciada cuando era mozuela en cuestiones del amor y forniqueo por un inglés malaje llamado Peter, al que le gustaba el vino gaditano más que a un niño mamar del pecho de la madre.
De los ojos claros del inglés de Liverpool, se quedó enamorada la bendita Manuela, tanto o igual que el propio cuelgue e intensidad que tenía el hijo de la Gran Bretaña por los vinitos locales y por el hachís traído del moro, nacionalizado en Cádiz a su entrada de contrabando por Barbate o los Caños de Meca.
De los ratos de hacer el amor con Manuela, gusta no solamente sus maneras de dejar el cuerpo apañado, nuevo, listo para pasar revisión, sino también ese puntito personal en cantar coplas al oído en la cama, mientras uno se deshace en esfuerzos, jadeos y buenos intentos, abarcando con los brazos sus inmensidades físicas, las mismas con que la naturaleza pródiga la ha dotado sin escaseces, por el contrario con mucho derroche.


De Josefina, la ex mujer de Domingo Día Bueno, hay que decir que le dio por un toque raro. De la noche a la mañana, un día se levantó de la cama iluminada, diciendo escuchar voces mandándola a salir del armario y no esconder más su lesbianismo.
Todos nos quedamos pasmados cuando nos enteramos del mandato divino. Sabemos que a las cosas del arriba no hay que discutirlas, aunque ya nos habían llegado campanadas de que entre ella y la sobrina de  Antonio, el propietario de la Taberna del Titi, la llamada Encarna, existía un algo más que risitas. Pero Domingo Día Bueno no estaba por la labor de hacernos caso, diciendo que eran habladurías nuestras y envidias por lo “buenorra” que está su Josefina. Además –agrega– ella es una santa, muy religiosa, devota de la virgen morenita de Chipiona, donde suele acudir a su santuario, dos veces por semana.
Un día malo, de esos que no deben suceder y a la par son inevitables, cuando andaba de tratos de caballos Domingo Día Bueno por Chipiona, se le ocurrió seguirla.
Ángel, el caballista preparador de equinos de alta doma, fue quien se lo confirmó, por ser ya voz total del pópulo. Además, por si fuera poco, las dos amantes frecuentaban siempre el mismo hostal, casualmente propiedad del caballista, justo en el centro de Chipiona.
Justificada, entonces, la repentina devoción de su mujer por la virgencita chipionera, milagrosa patrona del pueblo, ese día no hubo ya más ganas de tratos de caballos, se nos desfondó nuestro amigo Domingo Día Bueno, teniendo la poca brillante idea de acudir a desahogarse con el tío de la Encarna: Antonio el tabernero, el amo de la “Taberna del Titi”.
Cuando este Antonio escuchó toda la historia, le entró una risa boba descomunal, descojonándose a no parar, sin poder detener el ataque de carcajadas por más que lo intentaba, yendo cada minuto que pasaba a más y más, para mayor mosqueo del marido humillado.
De repente, lo dejaron solo en la barra a Domingo Día Bueno.  Al tabernero burlón le sobrevino un fuerte apretón de tripas, viéndose obligado a salir, como alma que lleva el diablo, escopetado a los servicios, los mismos donde le hallarían horas después, sentadito y muy risueño.


Ahora la Taberna del Titi se sigue llamando igual, ha pasado a ser propiedad de la viuda y la atienden las dos amantes: Josefina y Encarna, mientras nosotros en las mismas andamos, continuamos siendo parte de la clientela habitual, incluso se nos ha unido de nuevo el amigo Domingo Día Bueno, ya recuperado. Se murmura que Manuela tiene mucho que ver en  esta milagrosa recuperación temprana, ayudado un poco, como no, por la Josefina, su ex mujer, a quien de pascuas a ramos, le da por jugar socarronamente con él y la pareja de esta a tres bandas.

 

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