EL HOMBRE QUE ANDABA SOLO

LA CITA – Tomado de la novela EL HOMBRE QUE ANDABA SOLO por Edward Grove

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La cita está acordada a las once de la mañana en el Centro de Visitantes del Parque Natural Bahía de Cádiz. El lugar es idóneo para pasar desapercibido, las modernas instalaciones, el escaso fluir de publico, mas un día desapacible, muy lluvioso, frío como él solo. La meteorología facilita los objetivos que se propone en este mes de enero, durante su estancia en San Fernando.

Al traspasar la entrada y las puertas automáticas de seguridad, justo al final de una rampa, Paco Blas se topa con la recepción.  Mira la hora en su móvil, constata que va bien de tiempo, la puntualidad siempre le caracteriza. Delante de él, en la cola, sólo se encuentran dos o tres personas mayores con apariencia de jubilados. En el recinto, ojeando revistas y folletos un matrimonio se entretiene mientras dos chicos, posiblemente sus hijos, curiosean en la tienda los artículos para llevarse a casa un recuerdo de este Centro de Visitantes del Parque Natural Bahía de Cádiz en la zona de los esteros.

Detrás del mostrador en la sala de recepción se halla Mónica, una agradable joven morena del lugar, alta y delgada, con un piercing en el labio superior, otro en la nariz, mas un tercero en la ceja, es una replica calcada de Noomi Rapace en la película Millennium, en el papel de Lisbeth Salander.

Transcurre poco tiempo hasta que Paco Blas es atendido por Mónica. Al verla y escucharla, reflexiona que es muy acertado lo que siempre se ha dicho referente a las mujeres “cañaillas» de estas tierras gaditanas de San Fernando: “entre la tierra y el cielo no hay mujeres con mas salero”.
Paco Blas, por un momento, se auto complace con la fragancia proveniente de Mónica que le llega a su inmensa nariz. La colonia Adolfo Domínguez, mezclada con el Ph de la chica dan como resultado una frescura femenina de mareo — eso piensa–, mientras ella inclinada sobre un folleto le  va explicando el plano del edificio, su distribución, las partes que componen la visita estructurada, y las aves posibles a observar con un poco de suerte.

Apunta Mónica:  —-Hoy es el momento mas  apropiado para ver una gran variedad de aves debido a que el llamado mal tiempo (no hay tiempo malo apostilla), aleja a paseantes de los alrededores y las aves  pueden campar a sus anchas, acercándose bastante al mirador, sin temor alguno a ser importunadas.
Mientras presta mucha atención a las explicaciones de Mónica por el rabillo del ojo, Paco Blas nota la presencia de dos jóvenes altos y atléticos,  de esos que se pasan horas y horas en el gimnasio. Toman café junto a una maquina expendedoras de bebidas, golosinas y chucherías.

Algo mas tarde, durante la presentación del audiovisual, se llena la sala, mayoritariamente con un grupo de solteros, solteras, viudos, viudas, divorciados, divorciadas, componentes todos de una de esas tantas asociaciones que en los últimos años proliferan como setas en invierno, llevados por un no querer quedarse solos en casa llamados “singles”.
Paco Blas ha llegado al Centro de Atención al Visitante desde el albergue de los llamados sin techo en la calle Lope de Vega, después de pasar dos noches, de las tres que le han admitido, esperando a ser contactado, hasta que recibe  en su Black Berry un e-mail dándole las coordenadas del próximo sitio de reunión. El correo encriptado que le ha llegado trae consigo algunos documentos adjuntos con planos en formato JPG, copiados del Google MAP, indicando donde se ha acordado el encuentro. Tanto la persona que le envía el correo, como él mismo, utilizan correos Hotmail impersonales por seguridad.  Una vez leído el mensaje lo borra.

Paco Blas emplea la red de albergues y comedores de indigentes del territorio nacional, ateniéndose a las advertencias acordadas a seguir, especialmente por su propia supervivencia. Ha sido instruido, sabiendo que en las redes de albergues, alojamientos y comedores sociales son poco probables que los de La Casa, como se le conoce al CNI (Centro de Información para la Defensa), se dejen caer o se inmiscuyan en ellos. Los albergues en concreto utilizados por Paco Blas y compañía, pertenecen a la red de Cáritas, estos a diferencia de los municipales no dan parte a la policía y les son fáciles de colar un documento de identidad arreglado o amañado.

A primeras horas del día y en la mañana, después del opíparo desayuno ofrecido por las monjitas del albergue, Paco Blas ha salido del establecimiento de acogida donde pasó la noche y, en la esquina con la calle San Marcos mira atrás comprobando que nadie le sigue.
Va a buen paso por la Avenida Ronda del Estero hasta llegar al puerto “Gallineras”, ahí hace un alto, deteniéndose a observar los botes en los amarres, poco después reanuda su camino, haciendo una parada en el “Bar El Cruce” para comprar tabaco; lamentablemente la máquina expendedora se encuentra estropeada. Con la amabilidad que caracteriza a las gentes de San Fernando, unos hombres que están de charlas en la puerta del bar,  le indican que vaya a “Casa Pepe”.

En otro lugar de la misma población, en el centro local de caridad y atención al necesitado llamado el “Pan Nuestro”, situado en el polígono industrial Fabricas de San Fernando, el argentino Carlos Torres maldice al hijo de puta que se ha llevado la alcachofa o telefonillo de la ducha. Nunca ha terminado por entender él, cómo las personas que mas se putean y se castigan entre si, son curiosamente los mas pobres y parias de la sociedad.  El gel de baño que le han prestado en el “Pan Nuestro”, está condicionado a ser devuelto una vez él haya terminado su uso de aseo corporal, retornando el bote a través del mostrador del recibidor, el mismo en donde todos los días se recogen y dispensa ropa o alimentos, atendido por señoras y personal voluntariado. El gel ha dejado oliendo a Carlos Torres a esencias de tonto dominguero. Indudablemente este día ni las moscas cojoneras se le han de arrimar, piensa para si mismo mientras da la vuelta al edificio, colocándose en la cola a la espera de escuchar el toque de la campanilla llamando a pasar al salón comedor donde están recién fregados los suelos, limpios los ventanales y las cristaleras por un portugués porrero que ahí trabaja. La risa estridente de una mujer joven y algo tocada de la cabeza cuyo nombre es Chari, le saca de sus pensamientos. Las carcajadas brujeriles de ella se extienden alrededor de todos los presentes,  algunos libidinosos sátiros la contemplan como buitres carroñeros ávidos de sexo,  sintiendo removerse sus braguetas.
Carlos Torres es mas que un curioso hombre mayor, nacido en Kentucky (USA), hijo de un padre de tercera generación de emigrantes nicaragüenses, hecho así mismo en este gran país de múltiples oportunidades, y una madre polaca divorciada de un jodido irlandés borracho maltratador. En  realidad su verdadero nombre es otro muy diferente, ha empleado tantos que ya ni responde al suyo propio, por eso ha adoptado el de un desaparecido.
Anda Carlos Torres en la actualidad por España con documentación oficial clonada, conseguida en aquellos tiempos que le desplazaron a Argentina, cuando trabajaba en La Compañía (CIA), justo en los periodos mas duros de la dictadura del general Videla y sus temerosos escuadrones de la muerte, entre los años mil novecientos setenta y seis, y el ochenta y uno. Carlos Torres conoció a Jorge Rafael Videla en la Escuela de las Américas, ese rocambolesco centro de entrenamiento de militares de habla española en Panamá, financiado por el país de las barras y estrellas. Un verdadero furúnculo a la democracia, mire como se mire.
Cuando joven, Carlos Torres ingresó a la muy temprana edad de dieciocho años en las fuerzas armadas americanas especiales incrustadas en Panamá, propiamente en el llamado Comando Sur. Mas pronto que tarde, sin pedirlo, fue reclutado por los servicios de inteligencia viéndose inmediatamente involucrado en varios sucesos muy llamativos que le provocaron un silencioso reconocimiento posterior y ascenso, aunque no hecho publico por razones de seguridad. Muchas de las acciones eran operaciones encubiertas o de falsa bandera. Prácticamente podemos decir que su bautismo de fuego en primera línea, le llegó con la intervención en la ejecución del accidente de aviación  donde Omar Torrijos, aquel presidente panameño populista murió, un treinta y uno de julio del año mil  novecientos ochenta y uno. Misteriosamente su aeronave DeHavilland Twin Otter (DHC-6), explotó como un castillo de fuegos pirotécnicos en pleno vuelo, desapareciendo para los controladores de radar de inmediato.
La pérdida de la nave se reportó a las veinticuatro horas siguientes, localizándose el impacto del avión muchos días después. En la recuperación del cuerpo del general Torrijos, se empleo a fondo un comando de fuerzas especiales, entre ellos casualmente estaba Carlos Torres en misión de hacer desaparecer elementos involucratorios, como a la par dejar en el escenario del accidente otros en clara maniobra de despiste. Esta misión de alto secreto, fue orquestada y financiada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y respondió al nombre “Operación Halcón al Vuelo”. Se ejecutó con una bomba puesta dentro de una grabadora, introducida en el aeroplano que iba hacia Coclé.

A Carlos Torres se le asignó esta crucial labor muy a regañadientes. La cúpula de mandos tenía reticencias a que un joven tildado de inexperto fuese capaz de sacar adelante la misión, afortunadamente para él, este argumento fue dejado a un lado y abandonado en medio de  las premuras de tiempo, ya que el contrato con Japón de construir un canal a nivel de mar estaba casi cerrándose produciendo un duro y grave revés a los intereses americanos en la zona. Se hacia imprescindible la eliminación del general Torrijos, una vez dadas por fracasadas todas las conversaciones posibles en  las negociaciones del Canal. Prácticamente, en esos momentos, no se contaba con tiempo material para detener la injerencia de los nipones. Si no estoy errado esta decisión fue tan difícil y cruda de tomar, como igual o tanto lo fue, en su momento, dar la orden de apartar del camino al presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy, a mano de tres franco tiradores, el veintidós de noviembre de mil novecientos sesenta y tres, achacándole el magnicidio a un  pobre chivo expiatorio llamado Lee Harvey Oswald, al que muy pronto se le quito de escena con la ayuda de la mafia italiana a cambio de pingües y posteriores favores.
Realmente la Gran Logia Negra no se había visto obligada a tomar esta determinación desde los tiempos en que mandó a ejecutar a Abrahán Lincoln  a través de un sicario que respondía al nombre de Jhon Wikes Booth, bajo la ayuda del paraguas de ocultos facilitadores, siempre ateniéndose al ritual de hacerlo en viernes y tiro a la cabeza. Lógicamente al sicario tampoco se le dejo llegar vivo ante la Justicia, casualmente haciéndole reencarnar antes de tiempo.
El mando se decantó por Carlos Torres, debido a su reciente éxito logrado, tan solo un par de meses antes, en una  actuación en grupo, muy similar, efectiva y eficiente, como fue la muerte del presidente ecuatoriano Jaime Roldós, haciendo explotar por los aires el avión donde viajaba este, acompañado de su mujer más el grueso de colaboradores muy cercanos a él, un veinte y cuatro de mayo del año en curso de mil novecientos ochenta y uno.

Carlos Torres, es a todas luces, un angelito de mucho cuidado, un cabronazo de tomo y lomo. Para poder introducir la grabadora con la bomba en el avión de Torrijos tuvo que seducir a un alto militar gay del séquito del presidente. Lo abordó en un kiosco de revistas en el aeropuerto de Tocumen de la ciudad de Panamá, cuando hizo un comentario en voz alta sobre los titulares de la prensa no apropiados para unas vacaciones, tal como se proponía tener en Farallón.  Después de pasar una noche de apasionado amor en una habitación en el hotel Playa Blanca Resort, le entregó la grabadora diciéndole que quería recoger las palabras del presidente porque le eran de mucho interés económico para sus mandos. El militar nunca llegó a sospechar que transportaba una bomba, la misma que mataría poco después tanto a su jefe como al propio homosexual de  gran rango.

Hoy viene en el Diario de Cádiz, también en la prensa local, el extraño hallazgo de dos jóvenes aparecidos muertos en los servicios de caballeros del Centro de Visitantes del Parque Natural Bahía de Cádiz.
Nadie hizo preguntas, tan sólo Mónica se percató de dos hombres que entraron juntos y salieron por separado, marchándose el de más edad y mayor estatura, entremezclado en medio del grupo de jubilados. Por un instante fugaz se entrecruzaron sus miradas, dejándole una inquieta sensación de ánimo en la chica de San Fernando.

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…….¡¡¡¡CONTINUARÁ!!!     –

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