EL CARNAVAL QUE VENCIÓ A LA IGLESIA Y A UNA FÉRREA DICTADURA


Lo más factible es que el origen del vocablo “Carnaval” proceda del término del latín medieval “Canelevarium”, que quiere decir “eliminar la carne”, aludiendo a la prohibición de comer este alimento durante los 40 días de La Cuaresma. Sin embargo, los lingüistas sugieren otras tres opciones posibles: “Carne tollendus”: que quiere decir también “se ha prohibido la carne”. “Carne vale”: Es el equivalente a la expresión “adiós a la carne”.
Y “Carrus navalis”: es la versión más erudita que hace alusión a la forma en que el antiguo dios supremo de Egipto, Ra, el sol, aparecía en el firmamento.
El germen de su celebración parece probable venir de las fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del toro Apis en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de esta festividad se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5.000 años, con celebraciones muy parecidas en la época del Imperio Romano, desde donde se expandió la costumbre por Europa, siendo llevado a América por los navegantes españoles y portugueses a partir del siglo XV.


El comienzo más antiguo del Carnaval data de la antigua Babilonia hace 4.000 años, pero poco se sabe de cómo era esa celebración. Más seguro es el antecedente que vincula esta fiesta con “Las Purulliyas” o celebración de la primavera de los hititas, pueblo guerrero y sabio que habitó en Turquía.
Los egipcios tenían una fiesta en honor del Buey Apis, intermediario entre Ptaht, el dios creador, y sus fieles. El toro Apis era una divinidad masculina, símbolo de la virilidad, que contenía el espíritu del señor de la creación Ptaht. En la ciudad de Menphis se celebraba, con la incipiente primavera, un ritual de adoración al toro sagrado de oro puro, Apis, ídolo que era adornado con guirnaldas de flores y se le hacían ofrendas de trigo y frutos, ya que simbolizaba la fertilidad de la tierra y era un dios fálico relacionado con la procreación.
Pero, presumiblemente, la fuente más clara de la fiesta de Don Carnal estuvo en Roma, concretamente en los rituales en honor de dos dioses: Baco (Dionisos en versión latina) y Saturno, el dios de los infiernos.
En realidad, y siendo mucho más precisos, debemos decir que las fiestas carnavalescas esconden bajo su manto, o bajo sus mascaradas, un sinfín de antiguos cultos y que son algo así como un arca de mitos y leyendas ancestrales que han subsistido en ese espacio del calendario destinado a acoger ciertas fiestas libres de normas.


Desde el punto de vista de su simbolismo, el Carnaval representa un periodo que está fuera del orden, una fiesta (o una cualificación del tiempo), creada conscientemente para abolir el orden establecido, y de ese modo liberar lastre, o sea, que se trata de crear las condiciones propicias para poder dejar atrás aquellos condicionamientos que nos hemos fijado en nuestra psique y que nada tienen que ver con nuestra verdadera naturaleza. Ese caos al que se vuelve cíclicamente es, desde el punto de vista del viaje iniciático, un paso ineludible en el camino del Conocimiento. En la Cábala, es decir, en el esoterismo judeo cristiano, se le llama plano de Yetsirah, en el que se dice que uno debe perderse para encontrarse. Se trata de la necesidad de volver al caos primigenio, o lo que es lo mismo, de la posibilidad de renacer a un nuevo y superior estado de conciencia. Ese punto de vista sobre las cosas es el que hace que una fiesta folklórica y profana se convierta en un símbolo sagrado, y revelador para aquel que logra despertar su significado, aunque éste pueda seguir siendo totalmente desconocido incluso para quien participa de tales festejos.
El Carnaval personifica un tiempo destinado a los ritos de purificación, y por lo tanto un espacio donde lo grotesco y la fealdad son exaltados. Esa es la razón de que sea tan característico de los carnavales resaltar todo aquello que exprese inversión de roles, cambio de papeles, de sexo, de identidad. Desde el punto de vista simbólico, se trata de un espacio creado para que lo invertido y oscuro que llevamos dentro salga a la luz, se exprese y concluye así su ciclo. De ese modo, tras su muerte, se consigue que estas influencias dejen de constituir un impedimento a la posibilidad de alcanzar un nuevo renacer. Dicho de otro modo, un tiempo destinado a que las bajas pasiones y las tendencias inferiores se manifiesten y pueda así vivir su existencia y agotarse antes de que inicie el ciclo nuevo, siendo eso precisamente lo que da sentido a tales festejos.


En cuanto agrupaciones nos hemos de referir, las fiestas de Cádiz datan de 1821, nacen de una manera espontánea, aunque son los genoveses quienes a partir de del sXV traen sus costumbres a esta ciudad. No extraña entonces encontrar en el Carnaval gaditano componentes de  ese Carnaval italiano, como pueden ser las máscaras, los confetis. Mas que mascara se quedó el antifaz, esa máscara pequeñita de tela, el arlequín, el pierrot y la columbina que aún traídos por los genoveses, eran venecianos. Cádiz aportó por su lado una parte muy importante como es la música: el tango.


El Carnaval gaditano es la calle, no se puede entender este, sino es con la participación de todo el pueblo en él, siendo el concurso de agrupaciones el farolillo que alumbra y anuncia su llegada.
En Cádiz, el Carnaval era totalmente libre hasta 1862, en ese año el ayuntamiento municipaliza el Carnaval, se  da este paso por la eterna lucha entre el pueblo contra las autoridades civiles y religiosas, especialmente estas últimas que lo querían desterrar. Por estas fechas se reglamenta el Carnaval y se asigna un presupuesto de las arcas municipales.


En el año 1937 por decreto del estado (léase por cojones), el dictador General Franco en el poder, abolió el Carnaval en todo el territorio español, y en Cádiz concretamente lo secuestró. Pese a todo, los milenarios gaditanos,  cuando llegaban los tiempos de estas fiestas siguieron cantando las coplas de Carnaval en los bares y colmados, bajo el paraguas del miedo. Recordemos que el asesinato de la población gaditana por las huestes y seguidores del general Franco fueron terribles, oscureciendo el cielo maravilloso de  la Tacita de Plata.


Afortunadamente en Cádiz, no se perdieron todo lo que suponía las tradiciones típicas del Carnaval y se mantuvieron del 36 al 47, a trancas y barrancas, aguantado el celo religioso que pesaba por todos los rincones. En el anonimato las gentes y sus grupos, seguían cantando en los colmados, en las trastiendas de los bares, en fiestas familiares,  sacando por lo «bajini» las letras aducidas a su Carnaval.
En 18 de agosto de 1947 hay una explosión en Cádiz, llenándose la ciudad de tristeza, entonces se recupero la fiesta con la condición de no aparecer la palabra Carnaval por ningún lado, llamándole fiestas de coros que terminó denominándose como “Fiestas típicas gaditanas”. Bajo este nombre se mantuvo hasta el año 1976 que con la democracia volvió a retomar el nombre de Carnaval y su celebración en el mes de febrero para beneplácito de todos los amantes de la alegría y sana libertad.

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