Dios dice a Moisés: “Haz una serpiente y ponla encima de un estandarte (la serpiente de bronce). Quien haya sido mordido y la mire, se curará”. Es misterioso: el Señor no mata a las serpientes, las deja. Pero si una de estas hace daño a una persona, esta mira a la serpiente de bronce y se salva.
La historia de la salvación relatada en la Biblia está relacionada con un animal, el primero en ser nombrado en el Génesis y el último mencionado en el Apocalipsis: la serpiente. Un animal que, en la Escritura, es símbolo poderoso de daño, y misteriosamente de redención.
Para explicar esto, el Papa Francisco enlaza con la Lectura del Libro de los Números y el Evangelio de Juan. La primera contiene el famoso pasaje del pueblo de Israel, que cansado de vagar por el desierto con poca comida, se enfada con Dios y con Moisés. También aquí las protagonistas son las serpientes, dos veces. Las primeras enviadas por el cielo contra el pueblo infiel, que siembran el terror y la muerte hasta que la gente implore a Moisés el perdón.
La Serpiente Emplumada en Jerez, la encontramos representada, varias veces, en el que fue posiblemente el Cabildo de la orden mercedaria, también en la sacristía de la Basílica de la Merced.
La Ofiolatría, el culto de la serpiente, junto a la adoración del falo, es uno de los más notables cultos. En la civilización azteca, Quetzalcóatl (soberano legendario de México y considerado como el padre de los toltecas) era habitualmente identificado como la Serpiente Emplumada.
La Serpiente Emplumada (Quetzalcoatl) o Izada (kundalini, caduceo) simboliza el triunfo de las pasiones terrenales, el cambio que se opera en un ser que trasciende los apegos materiales, a la vez que Quetzalcoatl simboliza la dualidad (cielo y tierra), análogo al yin yang.