La ciencia considera creer en fantasmas un tipo de superstición muy asentado en la psicología del ser humano, porque se alimenta de la necesidad de vida eterna, como la religión, y sublima una muerte inaceptable.
Una superstición es una fórmula que asocia a una determinada acción una reacción concreta, apartándola de la lógica y la física pero dotándola de sentido como consecuencia natural. Sus enunciados nos tranquilizan. Nos sirven para explicar el mundo. Todo irá mal si pasas por debajo de una escalera. Todo irá bien si derramas un poco de vino. No te cases ese día. Córtate el pelo este otro. Cada precepto, cada delicado ritual nos aparta un poco más de la razón, pero también de la religión, brindándonos pautas particulares que nos sirven de única guía de conducta, constituyendo, quizá, la forma más pura y perfecta de ateísmo.
Quienes dicen haberlos visto en el Club Nazaret de Jerez de la Frontera, los describen como siluetas o sombras monocromáticas, por lo general oscuras o blanquecinas, más bien difuminadas o nebulosas, antropomórficas, inmaterial y trasparentes a veces, que flotan y pueden no tener contorno definido.
Su visión no suele sobrepasar unos segundos, raramente un minuto, y cuando ocurre la temperatura baja sensiblemente, a veces junto a aromas penetrantes, golpes, ruidos, o voces. Su aparición provoca en ocasiones fatiga o depresiones.
La dirección del Club y los trabajadores no reconocen públicamente dicha fenomenología en las instalaciones, temen que perjudica directamente sus intereses; lo cierto es que en Jerez se habla cada día más de ella.
De toda la vida se ha dicho: “Si el rio suena, piedras trae”.