Tiene cara de patricio romano infiltrado en las bodas de Canaán, da la impresión de no haber roto un plato aunque es de los que se comen las balas sin pelar. Nació hace mil años a orillas del río Guadalete. La cartilla para andar por el mundo se la dieron en la Marina española, en donde fue reclutado en la Isla de San Fernando.
Por milagro de la virgen María, apareció en la Habana de Fidel y del Che Guevara, en donde estuvo haciendo de todo, menos repartir oraciones y jaculatorias. Cuando ya estaba quemado, se esfumó como los buenos gatos. Al rato emergió en la Nicaragua sandinista y de la Contra nicaragüense, repartiendo hamburguesas sin queso al personal.
Por razones que no son convenientes detallar, se ve obligado a difuminarse del mapa, saliendo en Medellín (Colombia); eran tiempos en que las balaceras formaban la música de fondo de sus arpegios musicales. Más, pasado poco tiempo, se va de la farra con la Contra pisándole los talones, llegando a Cali, y luego caer preso en Tumaco. El ejército colombiano lo entrega al DAS (Servicio de inteligencia) que a gastos pagados lo traslada a Bogotá. En la capital estuvo entreteniendo a la secreta con bulerías y peteneras, hasta que cansados de sus gracias se lo quitaron de encima empaquetándolo a la capital de la Amazonia colombiana (Puerto Leticia). Ahí esperaban que lo quebraran (mataran) los malos de la AUC (extrema derecha), por irse del baile sin pagar la cuenta (Nunca se sabe cuáles son los buenos de la historia). Tirando de manual del buen pastor, buscó la casa del obispado en donde un cura catalán lo esconde tres días y pudo sacarlo a Iquitos. (Desde Felipe II, el servicio secreto siempre ha contado con la mejor organización del mundo: la Santa Madre Iglesia).
De la ciudad peruana pasó a Manaos (Brasil). Más tarde, en una población cercana, cae enfermo teniendo pinta su situación de estar directa a transformase en compost de la naturaleza amazónica. El jerezano, que tiene más vidas que un gato, se libró de los brazos de la muerte con la que estuvo bailado varios días.
Este angelito pichón, a quien estoy señalando en la foto, tomada en un tugurio inconfesable de dudosa clientela del Jerez acuoso, es un personaje de película al que por vuestra salud no le busquéis las cosquillas. Se llama André, en andaluz puro y duro, como su vida misma, incombustible. El viejo zorro aún conserva maneras de cuando estaba en activo, prueba de ello son sus reflejos para hacerse el despistado en el momento que ve la aparición de la cámara fotográfica (No dar facilidades en el reconocimiento facial).