LOS CHINOS, NUEVO OBJETO DE DESEO

Cuando ya sucedió el encuentro con el chino, Belle de Jour está sola en el cuarto, desordenado por el terremoto del sexo. Ella está tirada en diagonal sobre la cama, bocabajo, escondiendo la cara entre los brazos. Como sin querer molestarla, entra la chacha (sirvienta), del burdel, una mujer triste y gris, que endereza la lámpara caída, la mira con lástima y le dice: “Pobrecita, yo también tendría mucho miedo de un hombre así”. Entonces Belle de Jour levanta la cara de las sábanas y, toda desmelenada, con una sonrisa beatífica, le dice: “Qué sabrás tu”.

En general, en el cine y la literatura me atraen cuando revela la naturaleza humana con una historia que me hace ver que todos somos igual de monstruosos, de impresentables. Luis Buñuel vio venir el nuevo objeto del deseo: los chinos.

Hasta ahora la Supremacía Blanca ha impuesto que lo blanco era puro y lo negro pecado. Jesucristo se representa como hombre blanco y la Virgen María, a pesar de ser de oriente medio, también blanca. El cine de Hollywood ha hecho de trituradora, presentando los cánones de belleza amoldada al hombre y mujer de raza blanca de moral religiosa cristiana conservadora. Con la irrupción de Internet, este ha roto el monopolio estadounidense en las salas de cine llegando otros valores culturales, sociales y sexuales. La mujer española, esclava de llevar el cabello de panocha de maíz (rubio), empieza a lucir morena y guapa, no la tonta y rubia de bote de siempre. Lógicamente sus fantasías eróticas han cambiado.

El deseo es un misterio. ¿Qué había dentro de la caja que abría Catherine Deneuve en «Belle de Jour»? Es parte del juego de esta negrísima historia de sexo reprimido, esa mezcla de realidad y fantasía (sexual, claro), imposible de definir, con la Deneuve cimentando su imagen de mujer fría y misteriosa. Como su personaje, burguesa de pelo impecable y abrigos de Saint Laurent que se llevará a la tumba el contenido secreto de la caja (Juguete erótico).

Belle de Jour es la historia de una mujer recatada y casta en su matrimonio con un médico exitoso y perfecto, una mujer de la alta burguesía parisiense que, como tiene las tardes libres, se empieza a prostituir en una casa de putas, no por dinero, sino por morbo y curiosidad.

Uno de los clientes de Belle de Jour, un chino enorme (seguramente del norte de China), trae algo asombroso en una cajita, algo que los espectadores nunca vemos, pero que fascina y asusta a las mujeres.

FUENTE: P. Mairal, otros.