LAS MANCEBIAS PÚBLICAS Y COSAS DE PROSTITUTAS EN LOS PUEBLOS DE LA SIERRA GADITANA

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Hay bares singulares y simpáticamente “carcas” en España que no se pueden encontrar en Nueva York, Calcuta o Estambul (menos con Cola Cao incluido). Uno de ellos es el bar Alcaraván, que se halla dentro de lo que fueron las antiguas mazmorras del castillo, en Arcos de la Frontera. Da repelús, solo imaginar los  sufrimientos que impregnan las paredes, mientras rechinan las cadenas y retumban los aldabonazos por los rincones, a la par que los ensordecedores alaridos de los infelices y sus confesiones arrancadas a la fuerza por el Santo Oficio se pierden en la hojarasca del tiempo.
Con solo cavilar en ello, el espinazo me cruje cuando me inclino sobre el vaso de cerveza intentando mirar y pensar para otro lado.

Afuera, la calle huele a cal.  La cal es el traje más bello y económico con que se visten los pueblos de la sierra gaditana. La cal, separadamente de ser un potente desinfectante (cal viva), y un efecto de protección, sirve para reflejar la luz solar, dando mas frescor al interior de las casas, es una solución barata y eficaz, utilizada en donde el verano es extremadamente fuerte.
Aparte de que el color blanco refleja el calor, la razón fundamental para encalar las casas, era antiguamente con el fin de evitar el deterioro de la fachada, ya que al estar las paredes hechas de argamasa (cal y arena), la intemperie, la lluvia etc. se estropeaban rápidamente, y la capa de cal es una buena protección.

La cal con su color blanco, facilita el reflejo de la luz solar consiguiendo que las paredes absorban menos energía en forma de calor, dando como resultado unos interiores acogedores y frescos en verano. La cal no solo evita que las casas sean calurosas, sino que además por la elevada alcalinidad, les da a las paredes y muros la propiedad de antisépticas, además favoreciendo la transpiración de las mismas.

Encalar las paredes es una forma popular y tradicional en la sierra gaditana de conservar y dar un acabado limpio y brillante a las casas, una técnica sencilla. Blancos que ciegan y deslumbran a los más valientes durante el día y que atraen e hipnotizan a los más románticos durante la noche.

En la calle Callejas estuvo instalada la casa de mancebías o prostíbulo público, cuyas mujeres eran pagadas en parte por el propio Ayuntamiento de Arcos de la Frontera, para regocijo del pueblo serrano.
El cabildo celebrado en 1571, encargaba a los regidores Rodrigo de Tobar y Baltazar de Gamarza para “escoger e catar” a las mujeres que habrían de servir en la mancebía, al propio tiempo que libraban cinco mil maravedís al año, para el doctor don Andrés Velázquez, que habría de reconocerlas y vigilar su higiene, con el fin de que no se propagasen enfermedades en la población. Hay que anotar que para los hombres del pueblo a estas mujeres, nunca les dolía la cabeza.
En esta calle Callejas, que su nombre de siempre era calle de las Mancebías, por estar en ella las casas burdel. Aquí, el vecino Bartolomé del Ojo, hizo saltar el polvorín de los franceses, en 1810, por lo que estos, en represalia, colgaron de la torre de Santa María a Domingo Acosta y Francisco de la Luna.

Arcos de la Frontera siempre ha sido un pueblo muy movido en cosas de señoras de buen o “mal vivir”. Julia Pérez López, agradable pupila de uno de los establecimientos de carne fresca quiso probar una de las noches arcensas, por allá a principios del siglo pasado, que era mujer de calidad y mostrar los singulares encantos de su epidermis, presentándose en la calle Barranco Caldereros con la misma ropa que trajo al mundo al salir del seno materno, en unión de una compañera Ana Gómez Maza, la cual aunque mas arropada que su amiga, llevaba por dentro mas vino que vergüenza por fuera. Debido a tan raro capricho la calle presentaba el más animadisimo y pintoresco aspecto que pueda darse: las jóvenes que se aventuraban a pasar, ignorantes del suceso, lo hacían con los ojos bajos como si se hubiera perdido algo. Los “tobilleros” que, dicho sea de paso, se contaban por miles embotándose ante cosas adivinadas pero no vistas hasta entonces. Los ancianos contemplaban con tristeza el fruto para ellos vedado mas que por las moral, por los años, y la interfecta (persona de quien se habla), orgullosa de atraer sobre su adorable figura las miradas incendiarias de medio pueblo, seguía su triunfal paseo.

Mas todo acabó con la llegada del jefe de la Guardia Municipal, acompañado del Cabo Sánchez, los cuales aunque alegres de ojos, son muy sensibles de corazón y no queriendo que la Julia se expusiera a una pulmonía, se la llevaron a la Prevención en unión de su compañera, para que durmiendo bajo techado pasaran mejor la noche, libres de juveniles miradas.
El muy singular y extraordinario Arcos de la Frontera, como todos los pueblos de la sierra gaditana, da para mil historias. Mientras las husmeo y desgrano, me voy por sus tejados, como gato garduño en pos de lo no contado y aun menos imaginado. Todo aquí es magia y vivencias que embriagan los sentidos y chisporrotean el espíritu….

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FUENTE: M. P. Regordán, otros
 

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