Hay edificaciones, que a semejanza de los humanos, tienen una existencia azarosa. San Miguel en Arcos de la Frontera es una de ellas. El edificio tiene tres naves, con paredes muy altas, escasos y pequeños vanos de iluminación. Cuando se habilitó como templo se le añadieron las dos portadas en claro estilo barroco andaluz. En los últimos años se ha acondicionado para su actual finalidad cultural. Aun así conserva su aspecto exterior, con su espadaña añadida en la parte trasera y su fisonomía de torre barbacana con puertas barrocas. Aunque ya no lo parezca fue una iglesia: Iglesia de San Miguel.
La iglesia de San Miguel fue una antigua fortaleza Árabe del siglo XV, que posteriormente se transformo en una ermita bajo la advocación de San Miguel. Además de ermita fue iglesia y hospicio de niñas huérfanas. Actualmente ya no se emplea como iglesia y sí como salón de exposiciones, muy bien gestionado por la Delegación de Cultura. Para acceder a este salón de actos, hay que subir unas escaleras que nos lleva hasta el interior del mismo.
(San Miguel, antigua fortaleza Árabe del siglo XV)
Dentro de la iglesia de San Miguel fue asesinado, un 28 de abril de 1591, el presbítero Juan Márquez Trujillo y el autor del crimen, Pedro López de Arenilles y Asencio, hidalgo bien acomodado quien otorgó testamento el 8 de abril de 1592, en el que se declaraba culpable, ante el escribano Gaspar Báez en la cárcel pública. Los motivos que llevaron al hidalgo a cometer su falta, no se saben oficialmente, aunque se apuntó a deshonra matrimonial. Cierto o menos cierto, lo suyo es que el alma del sacerdote no descansa en paz y se le ve, de vez en cuando, deambular por la antigua iglesia para sorpresa de mas de uno.
Historias en donde salen curas envueltos, no escasean en Arcos. Cuéntase que, el bandido de la Sierra gaditana, Francisco Villaescusa Amedo, conocido por “el Cristo”, trató de atracar a Don Francisco, cura que fue de Arcos de la Frontera, y al no encontrarle un solo real le prometió que volvería intentarlo en el plazo de un mes. El cura avisó a los carabineros que, durante un mes, no dejaron de merodear la casa. A punto de finalizar el plazo fijado pasó por Arcos el Obispo de Orihuela que, con séquito, llegó hasta la Iglesia de San Juan de dios. Don francisco apareció a cumplimentarle y le acompañó hasta la Iglesia Parroquial de Santa María, para atenderle después en su propia casa. Luego salió a despedirle y montó en el mismo coche de caballos que traía el obispo. Unas horas mas tarde regresó a su casa malhumorado y dirigiéndose a los que le vigilaban, les dijo:
–Podéis marcharos, ya que me han robado,
El obispo no era otro que “el Cristo” disfrazado.
Bajo una antigua bóveda, recuerdos de mejores tiempos de esplendor religioso de San Miguel, pienso en el cura y en el desaguisado en que se vio inmerso, a la par que me topo con un cristo “desgarbado” reflejo de la sociedad actual, obra de Castellano Montes. Arcos resuma arte por todos sus rincones y callejuelas, es tierra de artistas y de poetas.
Me siento en la plaza del Cabildo en un poyete para admirar y volver a admirar la Basílica Menor de Santa María, mientras observo al aparcacoches de la plaza que parece un general en funciones. En esta misma plaza, después de terminada una fiesta de toros, el corregidor, que presidia desde la Torre del Secreto, del castillo, vio como se enzarzaban en brusca pelea unos gitanos, ordenando de inmediato al alguacil que se desplazara al “campo de batalla” para separar a los contendientes.
No hubo llegado el triste empleado, cuando le dieron tal bofetada, que fue derribado. Llegó posteriormente al corregidor, preguntando:
–Cuando usía me ordena alguna cosa, ¿represento yo a usía?
–¡¡Está claro que si!! –contestó el corregidor
— y si me ofenden en algo, ¿ofenden a usía?
–¡¡Exactamente!!
–Pues debe saber usía que le acaban de dar una terrible bofetada aquí –contestó el alguacil, señalando su propia mejilla.
Con toda serenidad dijo solemne el corregidor:
–Pues… ahí me las den todas.