(Ayuntamiento Arcos de la Frontera)
Voy a la Plaza Cabildo a recabar información local que me hace falta. En el casco viejo “laten los vestigios de la medieval Inquisición, cuando -en la Plaza del Cabildo, corazón del barrio antiguo- se alzaban graderíos para celebrar tediosos autos de fe y condenas de herejes (judíos o moriscos en su mayoría), que eran seguidamente conducidos, ataviados con el humillante sambenito, hasta el Cerro de la Horca, al norte de la ciudad, y allí quemados vivos o en efigie en muchos casos”.
En el Ayuntamiento dos tiarrones con buena percha, que podrían hacer las delicias física-visual a alguna de mis amigas ninfomanas, me atienden dando respuesta, con creces, a mi batería de consultas. Con razón uno de ellos apunta: “para saber del almacén lo mejor es preguntar a los ratones”.
A indicación de los anteriores funcionarios municipales me dirijo a la Casa de la Cultura en el palacio Mayorazgo, donde una mujer dulce y amable como ella sola, me sitúa en ruta para posteriores actuaciones de investigación. Ella lleva en el Ayuntamiento desde el Diluvio Universal, cuando el Rey Briga, el nieto de Noé, unos 2.000 años antes de Cristo construyó Arcos de la Frontera. Lo del Rey Briga, no estoy muy seguro, pero si de las mil y unas cosas que sabe esta persona que hace las veces de archivera municipal.
(Mirador de la Peña Nueva o del Coño)
Mientras ordeno mis notas recabadas me asomo al Mirador de la Peña Nueva (o del Coño) en donde no puedo evitar sentir un repullo al verme delante de un montón de metros en vertical. Mejor me voy antes de que me de por sentirme pajarito y echar a volar. Paso por la escalinata de la Iglesia Santa María de la Asunción, y me detengo a contemplar lo que dicen es la imagen de un bigotudo con gorro o turbante que ha aparecido por obra y gracia, vaya usted a saber de quien. Miro y remiro y a mi me parece otra cosa y opto por guardar silencio no vaya a ser que me correteen a escobazos del pueblo.
(Imagen de un bigotudo con gorro o turbante)
En esta mágica, y muy antigua y noble villa, puede suceder de todo, para muestra lo del “Piano encalado”.
Hasta mediados del s XVIII, los marqueses de Torre Soto habitaron el viejo palacio de la calle Cadenas, para trasladarse, en los últimos años del siglo, al nuevo, en la calle que lleva su nombre. Al abandonar el primitivo edificio, lo dedicaron a casa de vecinos, alquilando las distintas habitaciones, y dejando una buena cantidad de muebles antiguos repartidos por las galerías, con el objeto de que la casa no perdiera su rancio abolengo.
Los vecinos, cumpliendo con la vieja costumbre arcense (gentilicio de Arcos de la Frontera) de purificarlo todo con cal, comenzaron a encalar las columnas, capiteles, puertas condenadas al cierre, marcos de madera. Al cabo de los años, todo había quedado blanco, a excepción de un viejo piano de cola, que nadie tocaba, y cuyas maderas pedían a voces una atención.
Las vecinas entraban y salían, mostrando su indiferencia hacia el piano, mientras una de las más melindrosas y limpias del edificio observaba la suciedad y nota de abandono que presentaba.
Una mañana bien temprano, cuando todos dormían, la “limpia” del viejo palacio de los Torre Soto se encamino hacia el piano, armada de una brocha en la mano izquierda y un cubo de cal en la derecha. Sin encomendarse a Dios ni al Diablo, soltó su afán de limpieza contra el instrumento y en pocas horas lo dejó más blanco que la nieve.
Desde luego que muchas cosas raras se ha hecho en Arcos de la Frontera, pero entre todas, habrá de tenerse siempre en cuenta el verídico caso de haberse encalado nada más y nada menos que un piano de cola.
( Peña Nueva)