TRAJE DE PENITENCIADO DEL SANTO OFICIO

El atavío que llevan los nazarenos en la Semana Santa, es un traje de penitente, de penitenciado de la Inquisición o del Santo Oficio, que es la indumentaria humilladora y difamatoria que la Inquisición colocaba al reo y este tenía que vivir en el auto de fe, por las calles de la población en que se cumplía.
La vestidura de humillación que la Inquisición le ponía a los reos se llamaba Sambenito. Una vez que al reo se le había colocado este ropaje acusador, tenía que subir con él al cadalso en donde se le leía la sentencia correspondiente, veredicto por el cual podía ser quemado vivo en la pila de leña preparada a ex profeso por la propia Inquisición, o ser sancionado a cárcel perpetua, si es que el fallo no era simplemente pagar una determinada cantidad de dinero.

Las personas que presenciaban las ejecuciones sabían perfectamente quien iba a ser quemado en la hoguera, y quién, no. El atuendo del reo daba toda la información. Consistía en una especie de hábito que poseían unos símbolos o dibujos, como podía ser la cruz de San Andrés en el pecho y a la espalda de los reos que iban a ser quemados, además del famoso capirote en la cabeza. Esta prenda solía llevar pintadas determinadas figuras como diablillos, serpientes, tanto en el hábito como en el capirote.
Los dibujos de llamas, hacia arriba, significaba que el reo iba directamente a arder en la hoguera, si por el contrario las figuraban hacia abajo, indicaban que ese reo, en el último momento, se había reconciliado con la Iglesia Católica, habiendo perdido perdón y esta institución le exonera de ser quemado. ¡Pero, ojo! No le iba a salvar de la muerte, la Inquisición lo asesinaría, ejecutándose a garrote vil. Tan solo le daba la prebenda a la familia de ofrecer misas por su alma.

Había categorías de sambenitos, por ejemplo para los blasfemos estaban los sambenitos que llevaban una media aspa de la cruz y quería decir que la persona no iba a sufrir la quema, tampoco iría con el capirote por las calles. En las sentenciadas por brujería el sambenito no presentaban diablillos, ni serpientes.
Todos los trajes que se ponían al blasfemo, hechicera o bruja, o judaizante o morisco, una vez que había terminado el auto de fe, se les quitaba para ser expuestos en las paredes de los templos de sus pueblos o localidades.

Los sambenitos estuvieron colgados hasta el año 1834, que fue cuando la reina regente María Cristina, abolió definitivamente la Inquisición en el reino, y dio tres días a la Iglesia Católica para que descolgase de sus templos todo este tipo de atuendo difamatorio, los mismos que durante siglos había estando tildando y señalando con el dedo acusador a miles de personas.
Los templos católicos en España, fueron de todo menos un lugar sagrado, eran verdaderos paneles expuestos de humilladero. Toda persona que había sido sambenitada y sus generaciones de descendientes no podían viajar a las Indias, ni utilizar el color carmesí que era el color de fiesta y de hidalguía, tampoco trabajar en cargos públicos, o servirse de oro o plata, ni siquiera poder llevar armas.
Si la Inquisición veía a un descendiente de alguien que había sido sambenitado con ropas de día de fiestas podía ser denunciado porque estaba violando esas normas o leyes que están estipuladas en la Carta Magna del Santo Oficio.

Los nazarenos que hoy en día vemos en las procesiones, vienen directamente de la época de la Inquisición, cuando esta obligaba a los reos a hacer penitencias espirituales que consistían en que los reos durante los días de fiesta mayor de Jueves Santo y Viernes Santo, fuesen delante de las imágenes religiosas, vestidos precisamente con el capirote y el hábito haciendo “penitencia”, algunos marchaban desnudos de cintura para arriba dándose azotes, empalados, o arrastrando cadenas o con cruces a cuestas. Era una forma de demostrar que se estaban convirtiendo al cristianismo y que no iban a volver a caer en errores.
Aún, en nuestro tiempo, podemos escuchar la expresión, en término coloquial: “Te colgaron el sambenito”

FUENTE: Fermín Mayorga, Miguel Ángel Segura, Goya, otros.