El problema no es que el mundo cambie a cada vez mayor velocidad, sino que todo lo habido sea inmediatamente relegado al absoluto olvido. Hay una fecha de caducidad cada vez más corta para cuanto sabemos y hacemos. Lo que hoy es noticia, será probablemente ignorado dentro de cinco, diez años con suerte. Su recuerdo será barrido, y su conservación no digamos.
Que no quede rastro de lo que una vez sucedió o se supo, ni de los muertos, del confortable pasado que nos alivia a veces y nos ayuda a sostenernos, y nos enseña que hubo tiempos, si no mejores por fuerza, sí distintos de los nuestros, y que podrían volver por tanto. Acaso tiempos más inteligentes o más libres, más cuerdos o menos mediocres.
Hoy parece que la intención sea borrar cuanto nos precede, a velocidad de vértigo. Que en la tierra no vivan más que los vivos, y sólo si son muy recientes.
Tomándome una copa de vino en el bar Los Murales, de la plaza Boticas, veo el trajinar de las gentes en su ir y venir, mientras pienso que el 22 de junio del 1654, fue ajusticiado en el Cerro de la Horca, el tildado como delincuente (salteador de caminos) Juan Benítez, mas conocido como el “Pijin”, vecino del barrio de San Francisco en Arcos de la Frontera.
Quedó suspendido su cuerpo hasta que el Corregidor permitió se descolgara por los Hermanos de la Caridad, quienes a las dos de tarde, lo llevaron a la Plaza Boticas o de Escribanos, en donde estuvo expuesto hasta que al anochecer la Hermandad el Clero de San Pedro con Cruz Alzada y las Comunidades de los Cinco Conventos, mas las personas principales del vecindario le condujeran a la Capilla de la Misericordia en donde fue sepultado.
Si hubiese sido de verdad un delincuente de tres al cuarto, ningugo habría rescatado su cuerpo y menos dado sepultura en un sitio relevante del pueblo. Hoy nadie le recuerda. Hoy nadie sabe de su existencia. Alzo mi copa por él y tantos otros, en este mundo de vanidad de vanidades.