Cinco pesetas, de aquel entonces, por tener un chucho.
Cuentan que en 1874, para el alcalde de Jerez de la Frontera, Pedro López Ruiz, los perros iban por su lado y él por el suyo, si veía un perro en una acera, cambiaba a la otra; y no se relacionaba con gente que tuviera estos malos bichos.
Para el mandamás local, a los perros los concibe como animales de guerra, bestias salvajes que muchas veces atacan a sus dueños, los cuales se lo merecen por su irresponsabilidad… exponiendo a los parroquianos al peligro.
Piensa el alcalde López Ruiz, en las mascotas gigantes que sacan a pasear amos impúdicos, en un arrebato fácilmente pueden escapar y atacar a un viandante que ninguna culpa tiene de que alguien use un lobo como medio de ostentación.
El primer edil jerezano, se preguntaba, así mismo, cómo permitir a esas criaturas vivir en sociedad, no dejan dormir a los vecinos, se mean en todos lados, se lanzan encima de cualquier individuo, sin importar las enfermedades que puedan causar.
Si los dueños de perros de Jerez no empiezan a ser responsables, concibe que pronto esté obligado a prohibir la tenencia de todos los perros o expedir una licencia, de la misma manera que para manejar un carruaje hay que adquirir una, pues ambos casos conllevan graves responsabilidades que afectan al Otro.
¡Esto fue lo que hizo!