“El clero español, ultra-católico, se mostró como de costumbre, más que ningún otro enemigo encarnizado de la institución. Para poder mejor perder a los adeptos, el fraile José Torrubia, censor y revisor del Santo Oficio de la Inquisición en Madrid, fue encargado de hacerse iniciar con un seudónimo, en una logia masónica, a fin de penetrar todos sus secretos y conocer a fondo todas sus doctrinas. Con este objeto recibió del legado del Papa las dispensas necesarias relativamente a los juramentos que se viera obligado a prestar para ser recibido masón. Después de haber visitado las logias de varias comarcas de España, se presentó al Supremo Tribunal de la Inquisición, y denunció la Francmasonería como la institución más abominable que existía en el mundo, y sus miembros como manchados de todos los vicios, y todos los crímenes.
Fernando VI, por un decreto del 2 de Julio de 1751, prohibió el ejercicio de la masonería en toda la extensión de su reino, bajo el pretexto de que sus doctrinas eran peligrosas para el Estado y la religión, y pronunció la pena de muerte contra todo individuo que la profesase”.