LA RISA SE FUE A TOMAR POR SACO

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La risa es el lenguaje del alma. El único hombre sobre la tierra que más suelta la feliz risotada primitiva es el negro de África o sus descendientes en el Caribe. La risa de Lutero, que se oía al final de las largas calles de Worms, el reír del gran Leonardo de Vinci, «que hacía temblar los mármoles», serían hoy actos de impertinencia e irreverencia.
¡Qué miradas de sorpresa y de censura nos provoca, alguna carcajada que tenga aún por acaso el brillante y sano retiñir de la risa antigua!
Nadie ríe; y nadie quiere reír. Tenemos todos los indefinidos sentimientos de que la risa estridente y clara desentona en la atmósfera moral de nuestro tiempo.

Aun recordamos el haber oído, en nuestra infancia, la carcajada—la antigua carcajada, genuina, libre, franca, resonante, cristalina…— ¡Venía del alma, hacía temblar todas las vidrieras de una casa y solo por su sonido puro, probaba la fuerza, la salud, la paz, la sencillez, la libertad!
Nunca más se volvió a escuchar esa carcajada magnífica. Lo que hoy se escucha a veces, es una risa cascada (por tener el sonido del cascajo que rueda), seca, dura, áspera, corta, que sale a través de una resistencia, como arrancada por unas cosquillas, y que bruscamente muere, dejando los rostros mudos y fríos.

Pensamos que la risa acabó porque la humanidad se entristeció. Y consternada por causa de su inmensa civilización, adoradora del Becerro de oro. Fue la enorme civilización del siglo XX, la civilización material, la política, la económica, la social, la literaria, la artística, la que mató nuestra risa, como el deseo de reinar y los ardides sangrientos en que se envolvió para satisfacerlo mataran el sueño de Lady Macbeth.
El infeliz ser de nuestros días está condenado al bostezar infinito. Y tiene por único consuelo que los medios de comunicación le llamen y que él se llame a sí mismo el Gran Civilizado. El mundo, que es obra suya, solo puede mostrar tristeza. Tristeza en su literatura, tristeza en su sociedad, tristeza en sus fiestas, tristeza en los trajes negros que viste… Tristeza por dentro y tristeza por fuera de sí.

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Y cuando por acaso, alguien, por profesión tradicional, como los payasos, o por contraste, o por nostalgia de la antigua alegría, desea resucitarla, procura hacer reír al mundo, solo consigue arrancarle tal o cual risa cascada, corta, áspera, rechinante, casi dolorosa, que parece resultar de cosquillas brutales hechas en los pies de un enfermo.

FUENTE: Eça de Queiroz, otros.

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