EL EXTRAÑO RINCON JEREZANO

Europa tiene un rincón en el sol del sur, en donde existe una ciudad poseedora de un rincón que esconde un bar peculiar, desde donde se puede ver, al medio día, el deambular perpetuo de almas arrastrando sus vivencias marcadas en la cara a golpe de cincel y martillo existencial.

Un día cualquiera, apurando una copa de vino oloroso en el rincón, del rincón del bar jerezano, mascullo las crudas palabras de Antonio Muñoz Molina cuando se pregunta, “cómo será llegar de noche a la costa de un país desconocido, saltar al agua desde una barca en la que se ha cruzado el mar en la oscuridad, queriendo alejarse a toda prisa hacia el interior mientras los pies se hunden en la arena: un hombre solo, sin documentos, sin dinero, que ha venido viajando desde el horror de enfermedades y las matanzas de África, desde el corazón de las tinieblas, que no sabe nada de la lengua del país adonde ha llegado, que se tira al suelo y se agazapa en una cuneta cuando ve acercarse por la carretera los faros de un coche, tal vez de la policía”.

No obstante es un hombre afortunado, se ha librado de estar decúbito supino, tieso como una mojama de Barbate, frío y salado, varado en una playa de Tarifa.