Pertenezco a la población que está en el tiro de mira del Nuevo Orden Mundial, del 5 G, Inteligencia Artificial y más puñetas. Tengo mil años y sé que si me contagio del virus la voy a palmar. La posibilidad de la muerte se presenta muy clara para mí en este momento, la veo con curiosidad y sin ningún temor. Tengo las maletas listas, como siempre he vivido.
Hoy en día, en esta ciudad en donde me encuentro (Jerez de la Frontera), en algunas mujeres aún sigue vivo ese deseo de echarse un novio o un yerno notario o médico, registrador de la propiedad o director de banco, que les resuelva la vida. No entro dentro de la oferta de ese mercado.
En Jerez veo piernas hasta cuando no miro. Con las mujeres por la calle: si no las conozco, disfruto de la vista con tranquilidad. En cambio, cuando sé cómo se llaman o de quién son hijas, ya no puedo mirarlas igual.
El vino de Jerez es como la mujer: si se le baja la guardia golpea. El amor en los jereles se puede comparar a una borrachera de tabanco. Cuando uno tiene la botella al lado se siente feliz. Pero luego se acaba, uno se duerme y al otro día se despierta con dolor de cabeza. Después uno promete no volver a beber…
Las batallas contra las jerezanas son las únicas que se ganan huyendo. Pelear contra una mujer es cosa perdida, decía Napoleón.
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