Se despereza la barcaza, levantan la rampa de acceso, los motores rugen, emergen turbulencias en las aguas y todo se estremece aparatosamente. La barcaza de la armada española que transporta peregrinos del Rocío, de una a orilla a otra del rio, es atendida por marinos vestidos de azul, descendientes de aquellos bajitos mal encarados y con muy mala leche que tanto pánico sembraron con sus abordajes temerarios entre los barcos enemigos. Los mismos que hicieron “cantar la gallina” a los ingleses en Cartagena de Indias capitaneados por el “medio hombre”, D. Blas de Lezo.
De este lugar donde me encuentro, partió Magallanes en 1519 con una tripulación de 265 hombres de distintas razas y nacionalidades, regresando tres años después Juan Sebastián Elcano con la nave Concepción y tan solo 18 hombres. Habían confirmado la esfericidad de la Tierra y completado la primera vuelta al mundo.
La peregrinación es una de las formas de viajar más antiguas y tiene unas dimensiones espirituales entroncadas con las raíces comunes de la conciencia colectiva de la mayor parte de las sociedades. La romería es un sitio único para ahondar en las características esenciales de la cultura Andaluza. El cruce en barcazas del río Guadalquivir con sus carretas, caballos es uno de los momentos más especiales para las hermandades gaditanas, que atraviesan el río, en dos jornadas por las que circulan por este paraje casi 10.000 personas.
El fenómeno rociero se caracteriza por su autenticidad frente a otros aspectos más economicistas de otros modelos de Turismo religioso, como por ejemplo el que tiene lugar en Lourdes, Fátima, Roma o Santiago de Compostela, por poner algunos ejemplos, en los que predominan aspectos más económicos de otros modelos de Turismo religioso.
Aquí se produce una cohesión social y cultural que permite que el grupo realice el ritual de la peregrinación rociera año tras año y transmita ciertos valores (hermandad, altruismo, comunicación, etc.) que son los que convierten la misma en un paradigma dentro del mundo de las peregrinaciones católicas. El Rocío es pues un fenómeno social y turístico privilegiado, porque en él confluyen los tres sentidos del concepto de patrimonio: el artístico, el cultural etnológico y el natural.
Me hacen gracia entre los rocieros los llamados “Planchaos” que son aquel grupo de hermanos que nunca aparecen en los actos y cultos de la hermandad y que cuando surgen lo hacen para hacerse notar y presumir. Normalmente vienen muy limpitos y maqueados. Su fin lucimiento, se la dan de muy rocieros con sus plantas y sus cantes; pero a la hora de la misa, del rosario, del ángelus… desaparecen. Ahora si, en el momento de las presentaciones y actos públicos están los primeros luciendo palmito.
El Guadalquivir, este mítico rio del rey Argantonio, representa nuestro paso por la vida, y en ocasiones el paso hacia otro plano astral. Guarda la magia de un lugar sagrado, y en su punto más concurrido como en el que nos encontramos, comparte su vivencia que no deja a nadie indiferente. Estamos inmersos en un viaje al corazón sagrado de la peregrinación tartésica, donde se practican sorprendentes ceremonias y rituales milenarios soterrados.
Pasar el Guadalquivir en la romería del Rocío, lleva a cabo un proceso de transformación donde va uno muriendo a determinados estadios para nacer a otros.
A igual que hay que sacar aire a las ruedas de las carretas para que estas se agarren y afiancen en la arena, nosotros debemos dejar en la orilla los “egos” plañideros de nuestro “yo” y cruzar el rio sabedores que al final del camino renaceremos como persona “nueva”. Naturalmente el precio a pagar es alto y durante el trayecto las penalidades son muchas. Hay que estar bien preparados, las mortificaciones son abundantes.
Desde el punto de vista espiritual, pasar el rio e introducirnos en el camino no es nunca la mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo, en donde hacer el camino no es nunca una huida, ni un sometimiento, es evolución… es buscar. El rociero sufre un proceso iniciático, es decir de transformación.
Este “viaje” es fiesta, romería, camino, amor, anécdota, chanza y vino. Y también es lágrima, desazón, sudor, cansancio, súplica, sentimientos y privaciones. Y, aún más, es bullicio, soledad, ilusión, desesperanza, hambre, hartazgo, tristeza… catarsis, estrépito, fracaso mezquindad, largueza…. fuerza, olores, calor, día, noche y sombras. Lo demás son imperfecciones.
En el entorno privilegiado de Doñana, la peregrinación se transforma en Romería y estalla en color, hermandad, nostalgia por las ausencias, alegrías, tristezas etc., conformando un universo, mezcla entre lo religioso y lo pagano, difícil de controlar por parte de la jerarquía católica. El camino al Rocio se puede considerar como una expresión genuina de la religiosidad de muchos andaluces.
Que evocación cruzar el Guadalquivir, por donde salió TODO de América hacia España…cuánto encanto pero también, tanta ambición debió ser “llorada” y vertida en ese rio, aún con agua, a pesar de de que en su nacimiento en la Sierra de Cazorla esté tan escasa.
Las fotos nos muestran una “romería” propia de estos trayectos articulados con el alma. Me apunto, claro que me incluyo a un paseo, pero me les quedo por Cazalla, o si quieren en el castillo de La Yedra, o en Constantina y pasan por mi que seré entregada «bebida».
Igualmente, me acojo a la idea de apoyar mi brazo “en un señor estupendo” que me cante, al estilo de mi admirado Garcia lorca El río Guadalquivir/ va entre naranjos y olivos./ Los dos ríos de Granada/ bajan de la nieve al trigo. ¡Ay, amor / que se fue y no vino.
La señora “estupenda” ¿te tomó la foto? te rodeó de sogas, subliminal!
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