EL JEREZANO QUE SUSURRA A LAS ILUSIONES

Siempre hay alguien diciéndonos cómo debemos vivir nuestras vidas, o qué debemos hacer para ser felices. Parece mentira que la felicidad a veces resida en cosas tan mínimas que no lleguemos a encontrarla jamás.
Somos los seres más necesitados del planeta, que no cogemos lo que necesitamos, aunque lo tengamos al alcance de la mano y ante nuestros ojos. Por lo general, la Vida nos parece insignificante, sin importancia y por eso matamos. Por el contrario, si en alguno de los planetas de nuestro sistema halláramos un indicio de la vida más elemental que pueda existir, la conservaríamos como oro en paño. Un caracol, por ejemplo, en Marte sería un tesoro, incluso una hormiga. Y aquí a una hormiga la espachurramos con el pie.
Yo creo en las personas. A veces creo en Dios, cuando me conviene, sobre todo. Creo más en las personas. Creer en las personas implica creer en lo que ellas creen. Así que… dependiendo de la persona en la que crea, creeré en Alá, en Buda, en la naturaleza, en el universo, en los extraterrestres, o enanitos blancos o azules.

Después de haber viajado tanto en mi vida ahora me he vuelto sedentario. No me apetece nada salir de la ciudad. Vivo en una ciudad pequeña en donde todo está al alcance de la mano y me permite observarlo todo (Jerez de la Frontera). En la cervecería La Jarrita, de la plaza Antonio Pica Serrano, lugar debajo de casa que empiezo a frecuentar, me encanta ver el deambular rápido y fugaz de Manuel, que como un colibrí repleto de alegría, sonrisas y colores va ofreciendo ilusiones, es vendedor de cupones de la Once. Con él, no tienes por qué preocuparte de nada, lo que haya de suceder sucederá.
En La Jarrita, hay a mí alrededor otros mundos invisibles para mí bañados en claridades ultravioletas o infrarrojas.