La noche era fría y oscura en La Salzadella (Castellón). El viento soplaba con fuerza, haciendo crujir las ramas de los árboles y las tejas de las casas. En una de ellas, una joven llamada Aldonza se retorcía de dolor en su lecho. Sentía como si mil agujas le atravesaran el vientre y la espalda. Su sangre manchaba las sábanas y el suelo de madera. Era su primera menstruación y no sabía qué le estaba pasando.
Su madre, que había salido a buscar ayuda, regresó con el cura del pueblo. El hombre entró en la habitación con una cruz y un libro en las manos. Al ver Aldonza, frunció el ceño y se santiguó.
– ¿Qué le ocurre a esta muchacha? – preguntó con severidad.
– No lo sé, padre. Desde ayer está así, sangrando y sufriendo. Creo que tiene alguna enfermedad o algún maleficio – respondió la madre con angustia.
– No es ninguna enfermedad ni ningún maleficio. Es una señal del demonio – sentenció el cura -.
– ¿Qué dice, padre? ¿Cómo puede ser eso? Mi hija es buena y piadosa. Nunca ha hecho nada malo – protestó la madre.
– No me contradiga, mujer. Yo sé lo que digo. He visto casos como este antes. Esta niña está poseída por el maligno y hay que liberarla de su influjo. Traiga agua bendita y un cuchillo – ordenó el cura.
La madre obedeció con temor y trajo lo que le pidió. El cura tomó el cuchillo y se acercó a Aldonza. La joven lo miró con terror y trató de alejarse.
– No se mueva, hija. Esto es por su bien – dijo el cura con voz firme.
Y sin más, le hizo un corte en el brazo. La sangre brotó con fuerza y Aldonza gritó de dolor y horror. El cura roció el agua bendita sobre la herida y comenzó a rezar en latín.
– Exorcizamus te, omnis immundus spiritus… – recitó.
Aldonza se desmayó por la impresión y la pérdida de sangre. El cura siguió con su ritual hasta que creyó haber expulsado al demonio. Luego vendó la herida y se marchó.
– Ha sido un éxito – dijo a la madre -. Su hija está salvada. Pero debe tener cuidado. No debe dejarla sola ni permitirle que vea sangre nunca más. Si lo hace, el demonio volverá a entrar en ella.
La madre asintió con resignación y agradecimiento. Abrazó a su hija inconsciente y lloró en silencio.
Aldonza tenía hematofobia, que es el miedo irracional a la sangre (Esto se sabe hoy en día). La hematofobia, en aquel entonces, era una de las fobias que generaban más interés y en cuanto a la sangre menstrual en Castellón (Valencia -España), durante la Edad Media, por estar dentro de la órbita del saber popular femenino, este sangrado se vinculó con lo pagano, el oscurantismo, lo diabólico y con la brujería. Muchas mujeres fueron quemadas en la hoguera por padecer dolores menstruales o fueron forzadas a someterse a exorcismos crueles y muy duros.
FUENTE: LA CUERDA, historias de un impostor