A TUMBA ABIERTA EN LOS JERELES

Si tenías una calle inclinada y la juntabas con el principio de la gravedad, no necesitabas motor. Nadie sabía por qué, pero esto era así siempre. Algo como de magia negra.
No eran de alta tecnología. No eran bonitos. No eran silenciosos. No eran fiables. Pero eran peligrosos y con eso bastaba. El carrIto de cojinetes pertenecía a una época donde era común caerte y romperte algún hueso y eso no suponía un drama familiar.
La calle inclinada era totalmente necesaria para el correcto funcionamiento del carrIto de cojinetes. Sin plano inclinado o “cuesta abajo” tenías que buscarte lo que en el barrio se llamaba “el motor”. Esto no era más que un chaval, por lo general poco avispado, que se pasaba la tarde empujándote de un lado a otro mientras tú le prometías que en 10 minutos le tocaría a él montar. Cuando le tocaba a él, casualmente te tenías que ir a merendar.
Me cuentan que en Jerez había un par de puntos suicidas: Cuesta de la Chaparra y Cuesta del Palenque.