Podemos decir que la mujer gaditana está dentro de la media nacional en cuanto a la infidelidad, aunque algo por abajo si la comparamos con la malagueña y muy distanciada de la madrileña o catalana debido a la relativa existencia del llamado control social en estas dos últimas poblaciones.
El séptimo mandamiento dice: «No cometerás adulterio». Sin embargo, este pecado ha sido cometido a lo largo de toda la historia en Cádiz. Hoy el adulterio por las tierras gaditanas parece más descontrolado que nunca. El adulterio es mucho más común de lo que nos gustaría admitir. Tal vez haya tantos actos de infidelidad en esta sociedad del sur como existen accidentes de tránsito. Además, el hecho de que el adulterio se haya vuelto algo habitual entre las piconeras ha alterado la percepción que tiene la sociedad de él. La sociedad, no puede hacer cumplir una regla que viola la mayoría de las personas, y la infidelidad es tan común que ya no es una conducta desviada.
Nótese los eufemismos que ha desarrollado la sociedad a lo largo de los años para disculpar o suavizar la percepción del adulterio. Muchos no se pueden repetir, pero entre los que se pueden mencionar se encuentra: andar de juerga, dormir por ahí, tener una aventura, echar una cana al aire, escarceos amorosos, darle una alegría al cuerpo, darse un homenaje. Otros han llegado a sugerir que es simplemente una actividad recreativa, como ir al cine o ir de crucero.
Desde las películas son uno de los lugares donde el adulterio ha sido promovido como algo positivo. El paciente inglés recibió doce nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película del año, por su descripción de una relación adúltera entre un apuesto conde y la esposa inglesa de su colega. Los puentes de Madison relata la historia de la esposa de un granjero de Iowa que tiene una breve aventura extramarital con un fotógrafo de la revista National Geographic que supuestamente la ayudó a dinamizar su matrimonio. El príncipe de las mareas recibió siete nominaciones al Oscar y muestra a un terapeuta casado que se acuesta con su paciente, también casada, La Reina de África es mas de lo mismo.
Uno de los primeros testimonios sobre el mito de la molinera nos lo proporciona Agustín Durán en el segundo tomo de su Romancero (1849-1851) quien incluye un cuento vulgar hecho en romance bajo el título de «El molinero de Arcos». Este cuento-romance de carácter costumbrista tuvo como antecedente un pliego suelto u hoja volandera que tanto gustaron en los siglos precedentes. Posteriormente Pedro Antonio de Alarcón publica su relato en 1874, quizás el más conocido de todos ellos, pero no el más interesante, ya que el escritor nos presenta una obra paternalista y un tanto maniquea basada en el adoctrinamiento moral.
En los primeros años del siglo XX se acuñan una serie de composiciones que toman como referencia la historia del corregidor y la molinera, obras de carácter teatral y musical que sirven para comprender las estructuras formales sobre las que este mito, el de las mujeres insatisfechas, ha ido evolucionando.
LA PICARA MOLINERA DE ARCOS DE LA FRONTERA es una reflexión sobre el papel de la mujer en las sociedades patriarcales de carácter tradicional
En Arcos de la Frontera
había un molinero honrado,
que ganaba su sustento
con un molino alquilado;
era casado
con una moza,
como una rosa,
y por ser tan bella,
el Sr. Corregidor
se prendó de ella.
El poema de «La pícara molinera» recoge situaciones atrevidas y picarescas, en el que la inteligencia y la fantasía de su autor va relatando todo el proceso de unos amores complicados: el molinero detenido con un trabajo «muy urgente e importante» por orden del corregidor; la llegada circunstancial al molino de un profesional que se encarga de la faena; la marcha precipitada a su casa del molinero, que se viste con la ropa del corregidor, hallada en el propio domicilio, y la visita nocturna a la mujer de aquél, con su disfraz; el susto de la molinera y del corregidor, que hubo de vestirse con los andrajos del molinero… «chupa y calzones de mil remiendos, y las polainas atadas con unos vendos; y unas abarcas de piel de vaca con una estaca y una montera»…
Y termina el romance diciendo:
…que todos vieron
y dispusieron,
como hombres sabios
y sin agravios
por el desquite,
celebrar el suceso
con un convite…