Cuando escribo aquí la palabra Cádiz, me refiero al Gran Cádiz, al verdadero Cádiz, el milenario, aquel que está formado por San Fernando, Chiclana, Sancti Petri, Puerto Real, Puerto Santa María e indudablemente la tacita de plata (Cádiz capital), lo demás son chovinismos locales.
Tenemos claro que tanto la necesidad de creer, como la evidencia del silencio de Dios, son manifestaciones de religiosidad que se pueden ver como una religiosidad conflictiva, problemática, que no ofrece consuelo, es distinto pero es cierto. Lo que no es religiosidad es la postura del ateo convencido que prescinde, ya serenamente, de preguntar al Mas Allá, a un Ser superior. En Cádiz no hay esta postura.
Se quiere creer en Cádiz que se volverá a ver a los seres queridos y a mí me gusta creerlo así, me gusta pensar en los gaditanos acercándose al “Mas allá” y ahí siendo recibidos por los espíritus de los suyos.
La naturalidad con la que los gaditanos se refieren a los espíritus es casi incomprensible. El mundo gaditano de los espíritus es un mundo entrañable, dignifican a sus muertos, empalman con el mundo de hoy, un mundo descreído, de creencias institucionalizadas en donde se quiere creer en algo, una vaga creencia en una forma de pervivencia aún más vaga.
En los gaditanos confluyen dos corrientes: una naturalmente la religiosidad cristiana que les llega a través de su enseñanzas religiosa, otra la corriente de religiosidad arcaica, primitiva que le viene por tradición oral, probablemente y por misteriosos conductos que no sabemos cuáles son.
Muy propio de la mentalidad del pueblo gaditano es el tema del Mas Allá, es decir el mundo de la experiencia ultra sensible, una realidad que va más lejos de la que podemos percibir con los sentidos corporales, algo que indudablemente no es la experiencia de todos los días.
Asomarse al mundo del “Mas allá” en Cádiz, es intentar captar algo que es difícil de determinar y de transmitir porque muy fácilmente se puede caer en el melodrama o en el tenebrismo o cosas que tienen una difícil exposición o tratamiento. Hay que acercarse con un rasgo importante: la naturalidad. El gaditano lo aborda con espontaneidad cuando se refiere a ese mundo que está después de la tumba. Cuando el gaditano se refiere a “mis muertos”, describe a personas que están en el otro mundo ya muertas con las que ha tenido una relación, a veces son amigas u otras menos.
Para el gaditano de a pie, a veces la relación con los muertos no es siempre de consuelo o compañía, puede ser también de obligación. Una persona cuya pareja ha muerto permanece ligada a ese espíritu que la observa desde el Mas allá, porque esta es otra de las características de los espíritus en Cádiz, que siguen disfrutando de los mismos sentimientos que tuvieron en vida, aman a los que amaban y naturalmente sienten celos. Algunas viudas o viudos están muertos para los vivos y no se entregan a ningún otro amor.
La postura del gaditano ante la religiosidad cristiana se podría decir que es contradictoria. Nunca nos pondremos de acuerdo si hay realmente una posición religiosa o no en el pueblo gaditano, porque ante manifestaciones religiosas en las que el pueblo confiesa su necesidad de creer, encontramos otras en que su postura, claramente es prescindir de las respuestas trascendentes para quedarse nada mas con una respuesta humana, personal de un ser que se encuentra arrojado en un mundo que no entiende. Solo él se encuentra ante el abandono inmenso del vacío.
Si la posición del gaditano frente a la religiosidad cristiana es contradictoria, en relación a las creencias que provienen del fondo de su religiosidad primitiva, nunca duda. Cree a pie juntillas en una vida después de esta vida, en una pervivencia tras la muerte, creencia que le lleva por cauces misteriosos que no podemos determinar. A nadie que conozca un poco al pueblo gaditano, le extrañará toparse con personas que se confiesan ateas, aquellas que no quieren saber nada ni de la religión ni de curas, con ese anticlericalismo arraigado en este pueblo que le hace ser muy suyo pero que habla con toda naturalidad de los espíritus, de esa pervivencia de unos muertos, de unas almas que de algún modo vuelven a la tierra y no se manifiestan con claridad de una forma o donde están pero están y, en la vida gaditana se encuentran presentes.
Cuando se habla en Cádiz de los espíritus se refieren a esas almas que han pasado la tumba y se encuentran en unas esferas en las que se mueven estos seres, un mundo indeterminado, ni cielo, ni infierno, ni purgatorio.
Comunicación, sin voz, ni ruido ni palabras de todo lo que es desconocido a los terrenales ojos. Un mundo que se escapa al mundo de los sentidos. Advierten una presencia que está más allá del mundo sensible; al comienzo de una manera desagradable, se tiene miedo del ser querido. El osco sentimiento hacia los que han partido es el paso por la tumba. El sepulcro contamina, hay como un tránsito necesario por ese mundo de la tumba que es algo desagradable, una vez superado ese paso, el muerto se va acomodando en el mundo de los muertos. En el primer momento el propio muerto es un extraño y siente miedo de los otros muertos… se puede percibir la angustia de los muertos entrando al Mas allá. Los muertos se acoplan a su nuevo estadio con el tiempo y después consuelan a las personas que en este mundo les han querido.
Los gaditanos dan una visión de los espíritus como seres cotidianos, sin tonos tenebrosos, no hay actitud de miedo. Son seres que pueden ser enemigos, que pueden impedir la libertad cuando es el espíritu del amante o del marido pero nunca son terroríficos.
Solo hay una condición para que los espíritus se nos acerquen o manifiesten en Cádiz, es estar en soledad. Si no estamos en soledad no podremos disfrutar de la compañía de esos seres. Si estamos acompañados, no se comunicaran con nosotros aquellos que vagan sin cesar en torno nuestro, en invisible forma. Estos se sienten, se perciben y se comprenden aunque no se puedan ver. La única condición es que se manifiestan sólo cuando ningún vivo nos acompañe.
El gaditano aprecia la felicidad, la saborea a cada instante, sabe muy bien que todo acaba menos esa duda que lleva de un horror a otro: los golpes absurdos de la vida, la necesidad de volver a ver a los seres queridos.
La conciencia de la belleza de la caducidad y de la vida humana todo esto sin una respuesta trascendente, es muy duro de soportar en él. Entiende bien que el hombre es un vaso de barro que se quiebra al impulso más leve. Llevan consigo la manifestación de la duda sobre que la separación no vaya a ser definitiva. Seres que cruzan el mundo que se van o desaparecen sin saber si después de separarnos volvemos a hallarnos otra vez.
Dudas por tanto, posturas contradictorias, necesidad de creer sobre todo cuando se pierde a un ser querido. Para el gaditano, no puede acabar lo que es eterno, ni puede tener fin la inmensidad.
Cierto, o menos cierto, no se puede dudar nunca de la autenticidad de los gaditanos, tenemos que creerles por raro que nos pueda parecer.