La leyenda de Rodrigo, el último rey godo se sitúa en una época muy remota, mucho, incluso demasiado, cuando el mundo no se regía por las normas del conocimiento y de las ciencias, sino por las de las creencias, la fe y por la admiración hacia todo aquello que era fantástico y mágico al mismo tiempo.
La corrupción y la politización de la Iglesia, se combinaron fatalmente con los problemas del ejército. La Iglesia sirvió al Estado y se sirvió de él. Cuando la Iglesia fue infectada por los clérigos visigodos, la Iglesia sufrió una grave crisis moral y participó en las luchas por el poder político y por la laica riqueza.
La discordia final y definitiva sobrevino por la herencia y sucesión del rey Vitiza. En el año 710 en el reino visigodo hay una guerra civil por el trono del reino de Hispania, hay guerras sangrientas y disputas internas. La contienda es entre los hijos de Vitiza y los seguidores de don Rodrigo, el duque de la Bética. Vitiza había muerto en febrero del 710 con 30 años y sus hijos eran demasiados jóvenes para asumir ese trono.
A la muerte de Vitiza, un grupo de nobles nombraron rey al hijo mayor de Vitiza, Achila II, que tenía 10 años. Pero el duque de la Bética no lo aceptó y se iniciaron las disputas entre vitizanos y seguidores de don Rodrigo.
Don Rodrigo lo intentó y finalmente en el año 710 logró el trono del reino Visigodo y fue proclamado Rey. Pero el trono ya estaba ocupado por los vitizanos y hubo de desalojarlos de él por la violencia.
Achila II huyó humillado retirándose al norte de la península. Los hermanos de Vitiza, entre ellos Sisberto y don Oppas, arzobispo de Sevilla, junto con el conde don Julián, pensaron en pedir ayuda a los musulmanes para expulsar a don Rodrigo del trono. Esto facilitó la entrada de musulmanes y posteriormente una infame traición, de don Oppas, en el campo de batalla de Guadalete precipitó el final del reinado visigodos en Hispania.
Don Rodrigo se instala en el palacio de Toledo y un día observa escondido cómo se bañan las hijas de los nobles enviadas según costumbre a la Corte, fijándose en la única que lo hace completamente desnuda. Se trata de Florinda (a quien los árabes apodaron la Cava, que significa la prostituta), hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta, una joven de extraordinaria belleza a la que el nuevo rey trata enseguida de hacer suya. Aquí los historiadores se dividen: unos creen que lo consigue bajo promesa luego incumplida de boda, y otros opinan que ante los muchos reparos de Florinda la viola sin más. El romancero lo explica así:
Florinda perdió su flor,
el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,
él que gusto consentido.
En cualquier caso queda deshonrada y para lavar la afrenta don Julián facilita, con la indispensable ayuda logística de los judíos, el paso a la península de las hordas musulmanas al mando de Tariq o Tarif ben Ziyad (de él procede el nombre de Tarifa), que pide refuerzos al moro Muza o Musa ibn Nusayr. Éste los envía y con los anteriormente llegados establecen una cabeza de playa en el lugar bautizado como Gebal Tarif o Monte Tarif, actual Peñón de Gibraltar, e inician un lento ascenso aprovechando la vía romana. Don Rodrigo, ocupado en el noreste reduciendo a los vascones, se dirige en agotadoras jornadas hacia las fuerzas invasoras, encontrándose ambos ejércitos en Gualalete el 19 de julio del 711. Los combates duran varios días y el séptimo algunos nobles que habían medrado con Vitiza, se pasan al enemigo seguidos de sus tropas, entre ellos el obispo Opas y Sisberto, jefes de las alas del ejército hispano, diciendo “Ese hijo de puta ha privado del reino a los hijos de nuestro señor Vitiza y a nosotros del poder. Podemos vengarnos pasando al enemigo.” (Texto literal de las crónicas mozárabes)
Llegaron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.
Hay quienes afirman que muere en la batalla final, no encontrándose su cadáver, si bien otras versiones sostienen que tras ser vencido cabalga abandonado de todos, sin rumbo, hasta encontrar a un ermitaño. El ex – rey le cuenta sus libidinosas culpas y para purgarlas pide ser enterrado vivo acompañado de víboras. Una vez dentro de la tumba, dice contrito aquello de:
Ya me comen, ya me comen,
por do más pecado había.
Don Julián y los demás traidores fueron asesinados por los moros, pues con buen criterio desconfiaban de ellos. De Florinda no volvió a saberse más, si exceptuamos el testimonio de algunos toledanos que aseguraban haber visto su fantasma vagando en el lugar donde por primera vez la encontrara don Rodrigo.
Nota: Fuentes varias