EFÍMERA ETERNIDAD JEREZANA

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El jerezano siempre está en el centro de un destino trágico, entre la vida y la muerte. Vive en un mundo en el que todo aquello que no se puede cuantificar no existe. Pero sí existe. Por ejemplo los grandes dramas individuales en los que se ve envuelto no están motivados por cuestiones reales, sino por cuestiones irreales. Todavía hoy se sigue exaltando, a rabiar, por entelequias como la patria, Dios o futbol.
Con las cenizas, como se le llama a los restos cremados, los jerezanos tienen preferencias muy particulares para arrojarlas o depositarlas. El Coto de Doñana, el río Guadalete, el Parque el Jardín Escénico El Altillo, Parque González Hontoria, se encuentran entre los más usuales.
En Jerez las incineraciones e inhumaciones (entierros), están casi 50/50
La legislación que rige todo lo relacionado con nuestros restos cuando fallecemos se llama la ley de Policía Sanitaria Mortuoria. La ley no concreta ni prohíbe nada, salvo que se esparzan en la vía pública.
Hay muchas personas en Jerez, que deciden quedarse con las cenizas en casa, porque no quieren deshacerse de su amado difunto o no quieren despegarse de los últimos recuerdos de él, por aciagos que sean.

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Aunque algunos pudieran pensar que las cremaciones son algo reciente, realmente las mismas se remontan a siglos atrás cuando ya en el Neolítico se practicaban por algunos habitantes del Mediterráneo pero desaparecieron del todo con la llegada de nuevas culturas a esta área del mundo y fueron prohibidas en el Oriente Próximo, donde como en muchos lugares de Europa se recurría ellas cuando era tiempo de plagas y se hacía imperativo deshacerse de los cuerpos víctimas de las pestes. Pero los habitantes de Babilonia embalsamaban y los persas consideraban la cremación una herejía que castigaban duramente. También cremaban a sus muertos los vikingos hasta su desaparición hacia el final del primer milenio. Los pueblos semitas preferían la “inhumación” y la costumbre fue continuada por los israelitas y por las primeras comunidades cristianas hasta nuestros días. Al “entierro”, esto es, depositar en la tierra, se agregó el conservar el cadáver en un féretro colocado en nichos o bóvedas.
La Iglesia Católica recomienda la inhumación pero no prohíbe la cremación, desde el 8 de mayo de 1963. La Iglesia sigue considerando que la sepultura del cuerpo de los difuntos es la forma más adecuada para expresar la fe en la resurrección de la carne, pero a consecuencia del Concilio Vaticano II aceptó conceder las exequias cristianas a quien es. Los católicos no deben esparcir las cenizas de un difunto luego de ser cremado, ya que esa práctica, muy de moda actualmente, es contraria a la fe cristiana. Las cenizas deben ser enterradas.

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Para justificar el movimiento crematorio, fueron utilizados varios subterfugios: a la gente se le dijo que sería más sanitario, y que el entierro podía causar contaminación de suelo, aire y agua, afirmaciones que han sido probadas equivocadas. El verdadero motivo detrás del movimiento, sin embargo, puede verse en una cita tomada de una publicación masónica:
“Los hermanos de las logias deberán emplear todos los medios posibles para esparcir la práctica de la cremación. La Iglesia, al prohibir la incineración de los cuerpos está… meramente buscando preservar entre la gente las antiguas creencias de la inmortalidad del alma y de una vida futura: creencias hoy derribadas por la luz de la ciencia” (citado por M.A. Faucieux en Revue des Sciences Ecclesiastiques, 1886).

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FUENTES: M. Moure, Joseph Mercier,otros.

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