Escribiendo “La ruta del borracho en Jerez”, pegado a una copa de vino oloroso, escucho el aguacero que cae en el exterior. Sin venir a cuento, o si, pienso en el noble romano Mecenas, de origen etrusco, confidente y consejero político de Cayo Octavio Turino, más adelante conocido como César Augusto, el cual tenía por ama de casa a la mujer de Sulpicio Galba, y este, marido complaciente y cortesano hábil, fingía dormir después de cenar. Un joven esclavo, creyendo que su amo estaba completamente dormido, quiso probar su vino famoso; pero Galba se dirigió rápidamente a él gritando: “¡Heu Puer, non ómnibus dormio!”, “¡Alto ahí, muchacho, no duermo para todo el mundo. La mujer se cede, pero el vino no!».
En Jerez de la Frontera, no hay falsificación del vino que no sea deplorable, e igualmente deplorable es colocar una etiqueta tan falsa como engañosa. También existen los malditos taberneros que “nublan” nuestro vino; poner agua al vino –tal como decía una canción– es como falsificar moneda.
«Que la rígida muerte le alcance el corazón,
A quien altere tan humano licor
Como es el vino…».
Escribía un poeta contemporáneo de Villon:
«Príncipe de Dios, sean malditos sus intestinos.
Y revienten por la fuerza del veneno,
Estos falsos ladrones malditos y desleales
Los taberneros que nublan nuestro vino».
No olvidemos a Clemente Marot y su Letanía de los buenos compañeros:
«De la poca comida y del mal cocido
De la mala cena y del mal vino,
Y de beber vino cortado
Líbranos Señor
Que dulce eres
Alegre botella
Que dulces son
Tus pequeños gluglús».