Vivimos en una sociedad de riesgo y en ella buscamos la máxima seguridad posible. Por eso, con las manos en los bolsillos, busco refugio en un garito de la calle Zaragoza.
Cuando me cae por el gaznate una cerveza Alhambra, pienso que la música, no lo olvidemos, es una profesión como cualquier otra. No siempre resulta fácil ganarse el pan.
Los músicos eran un referente para la mayoría desfavorecida. Gente que provenía de abajo. Las discográficas han descubierto varias cosas. Una, que los grupos de origen acomodado con miembros filtrados en la educación privada son más fáciles de dirigir que las siempre imprevisibles combinaciones de caracteres difíciles que se pueden producir en bandas proletarias. Ahora las compañías ya no los quieren. Y eso los deja sin salida, los músicos proletarios siempre experimentaron esas dificultades iniciales.
Incapaces de distinguir entre lo que nos gusta y lo que es verdad, nos deslizamos de nuevo, casi sin darnos cuenta, hacia la superstición y la oscuridad. El rock no interesa a las autoridades de Jerez, ataca los mitos fundamentales de la sociedad.
Decía Woody Allen, “la nada eterna no está mal, si llevas la ropa adecuada”.
Seguimos sin saber por qué Dios es como es y no de otra forma. Cansado Él, de un cielo petardo y, aburrido de tanto corrupto español intentando entrar en sus aposentos, se descolgó a La Librería para escuchar a Luis Gil (Luis Ángel Gil Pinedo, el de Los Solos) el decano del rock local en Jerez de la Frontera. Se están recogiendo firmas para cambiar al dictador ecuestre de la Plaza Arenal, en Jerez, y poner a Luis con aspecto iluminado.
Mientras Trump, come pellote mexicano escondido en los servicios de señoras de La Librería, escucho que los más forofos seguidores de Luis, quieren formar una hermandad cofrade, y procesionar cualquier día del año, una imagen de su persona. Yo hago votos para que sea beatificado, es el número uno.
FUENTE: La Librería, otros.