PUTERIO JEREZANO – s XVI-s XVIII

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“Tú la buscas si de ella necesitas,
y te separas de ella cuando quieres;
admite las creencias que tú admitas
como prefiere lo que tú prefieres:
nunca ni la fastidias ni la incitas,
ni la cansas, ni la turbas ni la hieres;
le das dinero a cambio de su nido,
quedáis en paz y asunto concluido.”

Aunque una historia de la prostitución en Jerez de la Frontera está por hacer, se cuenta con datos suficientes que permiten reconstruir su evolución.
“En sesión de 8 de Mayo de 1489, a petición del Prior Fray Pedro de Barahona, acordó la ciudad se mudase de dicho sitio el burdel o puteria dc las mujeres mundanales e dcl partido, por ser el barrio honesto é de buenos vecinos, y aquel lupanar causa constante de ruidos, escándalos y muertes”.
En el s.XVI se hallaba la mancebía cerca del Monasterio de Santo Domingo en el Mesón llamado de Toro, al final de la calle Larga. En 1594 existían tres: una Pública situada en la Ronda de Muleros cerca de la hoyanca de San Telmo. Y dos «Privadas»: Calle Encaramada, y Plaza del Cubo.
“Detrás del terreno que en la plaza Silos, ocupan las bodegas de López Ruiz y no lejos de la hoyanca de San Telmo, estaban las casas llamadas de la mancebía, donde se albergaban las prostitutas o rameras con sus rufianes”.

En el Jerez del pasado, la falta de dote para casarse podía obligar a una joven a prostituirse. La mujer que sufriera una violación también podía ser una causa para caer en las redes de prostitución. La dificultad de una mujer marcada para casarse podía obligarla a prostituirse. En la ciudad, las mujeres descritas como «putas», «mugeres del sieglo» o «malas de sus cuerpos«, carecían de los derechos básicos de que gozaban las mujeres reputadas por honestas, por lo que quienes cometían delitos contra ellas disfrutaban de casi total impunidad.

Una sociedad de misa y comunión, sostenida en la más pura hipocresía abogaba por un matrimonio en el que la mujer era meramente madre y esposa al antojo del hombre. La prostituta aparece como escape a unas necesidades y fantasías que jamás cumpliría una esposa. De ahí que la prostitución fuera tan requerida para mantener impune los convencionalismos que se habían cernido sobre el matrimonio, donde la conservación de la virginidad y la negación del placer para con la esposa era una condición sine qua non.
En el s XVI-XVII, la sociedad que estaba regida por los cánones del matrimonio, la moral católica y la Inquisición, abre su mente a las nuevas ideas. La figura de la petimetra o la presencia de un cortejo habían sido inconcebibles hasta entonces.

Por otro lado, junto al grueso de la masa masculina —a los que la sexualidad les era permitida frente al supuesto celibato que debía respetar el sector eclesiástico—, se observa que durante el siglo XVIII sacerdotes, monjes, presbíteros, y demás, recurrían tanto o más que los primeros a la compañía de rameras dentro de los parámetros de la más absoluta clandestinidad.

En el siglo XVIII la prostitución supondrá una conquista de la mujer en lo que atañe tanto a la disposición de su cuerpo como a su individualidad. Porque desde ese momento entrará a formar parte del engranaje social como: confidente, amiga y consejera, de algunos de sus clientes. Paradójicamente esto es algo que tampoco las liberará de ser vituperadas por una sociedad que desecha todo lo que estuviese al margen de lo convencional.

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FUENTE: Bárbara Salas, Beatriz Sánchez, otros.

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