La lectura del teatro es una de las experiencias más abarcadoras, en la que el lector debe complementar muchas ausencias con su propia imaginación. Por supuesto, claro que el teatro leído pierde frente a la representación.
El teatro, como práctica cultural, está presente en todos los espacios de la Tierra poblados por seres humanos. Yo creo que el teatro, al menos a veces, tiene que tender al disenso, llevarte a lugares donde hay contradicciones. Pero no todo el mundo quiere enfrentarse a esos dilemas, es un teatro perturbador. El teatro de Florencio Ríos (Chencho Zocar), lo es en gran medida. Paradójicamente, ese desasosiego en él, parece estimular su creatividad: cuando escribe dramaturgia, evidencia voluntad de experimentación, de búsqueda en un amplio espectro de convenciones dramáticas diversas. Es recurrente en su “Ciclo Alquímico de formas y colores”, la construcción de misterio, ya sea por la ambigüedad constitutiva de la poética de los textos, ya por su trabajo con algunos procedimientos cercanos al simbolismo teatral.
En este libro, Chencho Zocar parece encontrar en la escritura dramática una vía expresiva y poética de mayor expansión para su subjetividad. Parece recurrir aquí a una escritura órfica, a cuya sugestión se rinde sin lograr del todo transformarla en un instrumento dominable para producir sentido.