Los grandes miedos que asolan al jerezano de a pie, desde su existencia, son: el miedo a la enfermedad, al dolor o la incapacidad, el miedo a la muerte, el miedo a la oscuridad, el miedo a la soledad, el miedo al rechazo o el abandono, a no mojar o echar un polvo, y sobretodo el miedo a no empalmar.
Javier, propietario de un boyante negocio en Jerez (Escuela de pádel y tenis), me pone al día en el mundo del tenis en la localidad jerezana, mientras trasegamos, gaznate abajo, una cerveza en la barra del bar.
Para Javier, los hombres recurren al pádel como alternativa al sexo. La feniletilamina o la química del amor se disparan cuando jugamos al pádel y este es capaz de provocar un placer semejante al del sexo, convirtiéndose en el sustituto perfecto.
Cuando el varón cumple cuarenta tacos, el sexo disminuye considerablemente, debido principalmente al matrimonio con hijos. Por esto, el pádel se convierte en el mejor aliado y oportuno remedio para encontrar la compensación fuera de casa. El jerezano entre cuarenta y cincuenta años ha empezado a jugar al pádel porque su vida sexual es nula, y ve en este deporte un complemento sexual añadido.
Según Javier, en Jerez de la Frontera, el veinte por ciento juega al tenis, mientras un ochenta por ciento lo hace al pádel. ¡Algo tendrá el agua cuando la bendicen!