Como la mujer del César, no solo hay que ser bueno, hay que parecerlo. Llevo puesta una careta de hombre bueno, de no haber roto un plato en mi vida, Es una noche en la que cuando te paras un segundo a escuchar, a escuchar de verdad, percibes que debajo reptan los gusanos. Gruesos y pálidos, como los dedos de un cadáver. Es una noche draculina de invierno, deambulo por el Jerez antiguo, en donde cometo actos impuros, de pensamiento, casi siempre, a veces de obra. Esto último, cuando no puedo evitarlo, cuando no queda otro remedio, porque la carne es débil, por muy fuerte que intentemos sujetarla. Téngase presente que los ancianos en Jerez de la Frontera, llevan consigo las mismas necesidades que cualquier adolescente salido y famélico. Si el cuerpo se lo permitiera se pasarían el día bebiendo “palo cortado” o “Rio Viejo Oloroso Seco”, hasta perder el conocimiento, comiendo hasta reventar y follando hasta que su miembro escuchimizado se les cayera a trozos.
En un rincón de la plaza Vargas, en la Librería de segunda mano Planeta ZOCAr, escucho una lectura recordando a Rilke. El alemán Rainer María Rilke es considerado por muchos como el más grande poeta del siglo XX. Amaba a las mujeres fuertes, esas a las que se les ve ir por la calle pisando el suelo como si fueran cráneos enemigos, mientras gozan la alegría insana que produce siempre clavar clavos en ataúd ajeno. Mujeres que te hacen perder la cabeza, las mismas que te motivan a escribir un libro.
Cierto día de octubre de 1926, mientras paseaba con una amiga egipcia por el jardín de la que entonces era su vivienda, el galante Rainer se inclinó a cortarle una rosa y se pinchó el dedo con una espina. El insignificante piquetazo se infectó y el daño invadió la sangre ya debilitada desde años atrás por la leucemia. Rilke murió poco después por esa herida.
“¿Contra quién, rosa,
has adoptado
estas espinas?
¿Tu alegría demasiado fina
te obligó
a transformarte en esta cosa
armada?”
“Todo lo que nos emociona lo compartes.
Pero lo que te ocurre lo ignoramos.
Habría que ser cien mariposas
para leer todas tus páginas”.
— RMR