EL CHERNÓBIL ESPAÑOL

Daría lugar a una muy buena serie de Netflix. Era una noche de invierno del año 1966 cuando un bombardero B-52 chocó con un avión de reabastecimiento de combustible a gran altura sobre Almería (España), liberando cuatro bombas de hidrógeno que cayeron encima de una localidad agrícola llamada Palomares. De los once miembros de la tripulación en los dos aviones estadounidenses, siete fallecieron en el accidente.
«Fue un caos», dice Garman, de 74 años, en una entrevista en su casa en Pahrump, Nevada. «Los restos estaban por toda la aldea. Una gran parte del bombardero se había estrellado en el patio de la escuela». Fue uno de los primeros en la escena, y se unió a media docena de otros para buscar las cuatro armas nucleares desaparecidas. Una bomba golpeó un banco de arena cerca de la playa, permaneció intacta. Otra había caído en el mar, donde fue encontrada dos meses más tarde.
Las otras dos golpearon con fuerza y explotaron, dejando cráteres del tamaño de una casa a ambos lados del pueblo, según un informe secreto de la Comisión de Energía Atómica. Las protecciones incorporadas impidieron detonaciones nucleares, aunque los explosivos que rodeaban los núcleos radiactivos arrojaron un fino polvo de plutonio sobre un gran espacio de casas y campos llenos de tomates rojos maduros. Este polvo recorrió varios kilómetros.

Funcionarios estadounidenses y españoles intentaron inmediatamente encubrir el accidente y minimizar el riesgo. Bloquearon el pueblo y negaron que las armas nucleares o la radiación estuvieran involucradas en el accidente. «No se habló de radiación o plutonio o cualquier otra cosa», dijo Frank B. Thompson, que pasó días buscando campos contaminados sin equipo de protección. «Nos dijeron que era seguro, y suponían que éramos lo suficientemente tontos como para creerles». Thompson, de 72 años, ahora tiene cáncer en su hígado, pulmón y riñón.

Hoy las dos ojivas explotadas serían conocidas como bombas sucias, y probablemente causarían evacuaciones. En ese momento, para minimizar la importancia de la explosión, la Fuerza Aérea permitió que los lugareños permanecieran en su municipio. Se les consideró  “desechables”.
Las autoridades invitaron a los medios de comunicación a presenciar al ministro de información de España, Manuel Fraga Iribarne, y al embajador de los Estados Unidos, Angier Biddle Duke, chapoteando en una playa cercana (Mojácar) para mostrar que el área era segura. Cincuenta años después, los veteranos de la Fuerza Aérea involucrados en la limpieza están enfermos o fallecidos por cáncer.

Los estadounidenses están de acuerdo en que queda cerca de medio kilogramo, de plutonio en el área. Una cantidad significativa ya que menos de un microgramo puede causar cáncer. Un microgramo, o una millonésima parte de un gramo, en el cuerpo se consideran potencialmente dañinos. Las bombas en Palomares liberaron un estimado de siete libras, más de tres mil millones de microgramos.
Las consecuencias para la salud a largo plazo del accidente para los residentes de Palomares siguen siendo turbias. Hoy en día, varias áreas cercadas de Almería aún están contaminadas, y el efecto a largo plazo en la salud de la población no se conoce, ni hay interés por saberse. Alejaría el turismo y la inversión inmobiliaria de la zona. Durante años después del accidente, los tomates, lechugas y sandías locales no llevan ninguna etiqueta de Palomares.

FUENTE: Dave Philipps, The New York Times, otros.