Sin explicación razonable, durante los siglos XV y XVI se desató en la provincia de Cádiz el pánico, entre los hombres. debido al robo de penes por parte de mujeres-brujas, quienes iban por doquier desmembrando el miembro viril a los más incautos.
Digámoslo así, la leña al fuego purificador es arrojada desde los pulpitos donde rugen los fanáticos con sotana, descontrolados en su inútil empeño por mantener a raya la moral, y alejar al varón español de su tendencia natural: el putiferio (En la actualidad, España ocupa el primer lugar de Europa en consumo de prostitución).
Sencillamente, para el mundo gaditano de esa época, las personas realmente creían en este tipo de magia o poder, y, más aún cuando la información venia difundida por personas “cultas” y de “confianza” como lo eran los integrantes de la Iglesia católica. De hecho, esta santa institución se sacó de la maga, un libro que fue la base de todo pánico y terror sobre el robo de penes (Hizo furor en Jerez). Dicho libro fue escrito por un clérigo y un monje dominico, nos referimos al «Malleus Maleficarum».
Nos deja claro, y de acuerdo con el «Malleus Maleficarum», eran muchas las mujeres que pactaban con el diablo para poseer la capacidad o habilidad de desaparecer miembros viriles. Incluso, algunas de estas mujeres conservaban los falos masculinos para cuidarlos y alimentarlos como sus mascotas.
“Las brujas recogen órganos masculinos en grandes cantidades, entre 20 o 30 miembros cada vez, y los ponen en un nido de pájaros, o los encierran en una caja. Los mantienen vivos, alimentándolos con avena y maíz, como han observado muchos testigos”.
Deja claro para los aterrorizados gaditanos que estas mujeres eran capaces de borrar el pene de los hombres con el uso de su magia. Dicen que las brujas locales podían “quitar el órgano masculino ocultándolo sin necesidad de despojarlo del cuerpo”. Y si fuera poco, añaden la existencia del árbol de penes cuyos frutos eran falos.
Entre la clientela masculina de los tabancos jerezanos se cuenta el caso de un hombre que trata de recuperar sus genitales perdidos: “Por su cuenta, el pobre, con el miembro castrado, se acerca a una bruja de la barriada de San Miguel, la cual le dice que trepe a un árbol en concreto donde los nidos contienen varios miembros, y le permite que coja el que él quiera. Pero para infortunio del hombre es rechazado ya que trató de tomar uno muy grande que pertenecía a un cura”.
Las creencias en brujas que roban penes tuvo gran repercusión en la vida social gaditana, especialmente de las mujeres que fueron a parar a manos de los inquisidores.
El mayor temor que puede tener el gaditano de hoy día está en referencia a la pérdida o daño que pudiera sufrir su pene, algo que viene grabado a fuego en su ADN desde los siglos XV y XVI. No es de extrañar que miren con desconfianza, y no le quieten ojo a su parienta (esposa) o novia celosa, por si las moscas. ¡Nunca se sabe!